El suicidio no es de ninguna manera un tema nuevo del que debamos sorprendernos, por el contrario, es algo que ocurre todos los días. Generalmente, se le ha intentado ocultar por lo trágico de la situación o dado un trato secundario en la sociedad con el fin de evitar su discusión. Sin embargo, a pesar de ser un tema eludido en la mayoría de las conversaciones cotidianas, no se le ha podido negar ni dejar de lado. Desde hace tiempo, se le ha tachado, estigmatizado y despreciado en casi todas las sociedades, pero también, y por increíble que le parezca al lector, se ha justificado en favor del suicidio por parte de intelectuales de todos los tiempos. Esto obedece, entre otras cosas, a que ha sido
abordado desde diferentes perspectivas, pues el tópico no constituye de ningún modo un asunto propio y exclusivo de alguna disciplina en particular. Por lo tanto, es de esperarse una gran variedad de puntos de vista antagónicos entre sí y, en algunos casos, imposibles de conciliar.
Periodo de la Antigua Grecia
Cualquier persona con un profundo y serio interés en el tema del suicidio se verá obligada en algún momento a realizar un recorrido histórico del mismo. El motivo de esto va más allá del simple, pero no menos importante, registro historiográfico de datos y hechos del pasado en el que se reconocen personajes, obras y fechas. Por el contrario, también implica conocer su origen y fundamento, de tal manera que el estudio historiográfico se vuelve una herramienta eficaz para ayudarnos en la comprensión y desarrollo de las conceptualizaciones actuales del suicidio. ¿Por dónde comenzar? Sin duda, tendríamos que empezar en la Antigua Grecia con los grandes pensadores de la época, particularmente con los escritos de Platón, Aristóteles y Séneca.
Platón (427-347 a.C.) fue un extraordinario filósofo y matemático griego, maestro de Aristóteles. Escribió diálogos filosóficos de gran trascendencia e influencia en la retórica y filosofía en general.
Dichos diálogos representan algunas de sus máximas obras. En los diálogos Apología de Sócrates y Fedón, Platón relata el proceso de la tan conocida condena a muerte y suicidio de su maestro Sócrates con la cicuta. En estos diálogos, encontramos los primeros argumentos que se hayan escrito que justifiquen el suicidio.
En Apología de Sócrates se nos relata que tres ciudadanos, Melito, Anito y Licón, acusan a Sócrates de corromper a la juventud con sus enseñanzas, de insultar a los dioses e introducir nuevas divinidades en la ciudad. Sócrates es llevado a juicio y decide, como se acostumbraba en aquellos tiempos, ser su propio defensor ante jueces y espectadores.
Durante el juicio, logra defenderse de manera extraordinaria. Sin embargo, la escasa mayoría de los jueces lo declaran culpable. Para definir la pena, el jurado debe elegir entre la propuesta de los acusadores, quienes proponen la muerte, y la propuesta del acusado, quien propone ser alojado y alimentado en Pritaneo. El jurado elije la muerte para Sócrates. Es condenado, injustamente, a beber cicuta y, así, morir por suicidio. Algunos estudiosos consideran que se trata de un auténtico suicidio porque Sócrates pudo haber huido de la ciudad de Atenas, sin ningún problema, meses antes de que bebiera la cicuta, pues no fue encarcelado de forma inmediata una vez dada la sentencia. Incluso, tuvo oportunidad de huir, ya encarcelado, un día anterior a su muerte pues sus discípulos sobornaron al guardiacárcel para que se le dejara escapar de la celda. No obstante, Sócrates, fiel a sus principios éticos, decidió afrontar la muerte y permanecer de forma voluntaria en su celda, sin escapar, siendo consciente de su inocencia, tal y como se cuenta en otro relato, Fedón.
En Fedón se narran los últimos momentos de Sócrates donde mantiene una conversación con sus discípulos acerca de la vida que debe llevar un filósofo y de la inmortalidad del alma. Sócrates les dice que los verdaderos filósofos deben de vivir para morir y alcanzar así la verdad, pero que es ilícito el acto del suicido. Cebes, uno de sus discípulos, le cuestiona al respecto:
- Pues bien, dijo Sócrates, Eveno me seguirá como todo hombre que se ocupa dignamente en filosofía.Sé bien que no se suicidará, porque esto no es lícito. Diciendo estas palabras se sentó al borde de su cama, puso los pies en tierra, y habló en esta postura todo el resto del día. Cebes le preguntó:
- ¿Cómo es, Sócrates, que no es permitido atentar a la propia vida, y sin embargo el filósofo debe seguir a cualquiera que muere?.
Sócrates le aclara a Cebes que la meta de un filósofo es alcanzar la verdad, la cual sólo es posible después de la muerte, pero la muerte por sí misma no garantiza que se llegue a la verdad. El suicidio no es un atajo para alcanzar la verdad. La muerte es una condición necesaria, pero no suficiente para alcanzar al conocimiento. Únicamente aquella persona que haya filosofado a lo largo de su vida podrá adquirir el conocimiento, y con la llegada de la muerte alcanzar la verdad. Cuando la persona adquiere el conocimiento puede suicidarse si lo desea. No hay ninguna contradicción entre la prohibición del suicidio y llevar a cabo el suicidio de esta forma.
Toda acción racional humana va dirigida hacia el bien, dice Sócrates, y la muerte es un bien máximo para el filósofo. Con la muerte se alcanza la verdad, pero es ilícito suicidarse sin haber filosofado. Para la vida de un filósofo como Sócrates, que siempre buscó el conocimiento y la verdad, quitarse la vida fue un acto justificado como un bien legítimo, visto filosóficamente claro está.
Por otro lado, en la obra Las Leyes, Platón se opone al suicidio y propone algunas normas de castigo para distintos casos de homicidios y parricidios, incluyendo los suicidios. He aquí sus célebres palabras:
El que mate al más próximo y del que se dice que es el más querido de todos, ¿qué pena debe sufrir?
Me refiero al que se mate a sí mismo, impidiendo con violencia el cumplimiento de su destino, sin que se lo ordene judicialmente la ciudad, ni forzado por una mala suerte que lo hubiera tocado con un
dolor excesivo e inevitable, ni porque lo aqueje una vergüenza que ponga a su vida en un callejón sin
salida y haga imposible de ser vivida, sino que se aplica eventualmente un castigo injusto a sí mismo
por pereza y por una cobardía propia de la falta de hombría. En todo lo demás, los dioses conocen los ritos que éste necesita para las purificaciones y su sepelio, ritos a cuyos intérpretes deben consultar los parientes más próximos y a las leyes que los regulan y hacer lo que ellos les manden. Pero las tumbas para los muertos de esta manera deben ser, en primer lugar, particulares y no compartidas con otro.
Además, deben enterrarlos sin fama en los confines de los doce distritos en aquellos lugares que sean
baldíos y sin nombre, sin señalar sus tumbas con estelas o nombres.
Todo aquel que cometía suicidio no merecía ningún respeto, sin importar los motivos. No obstante, el suicidio en la Antigua Grecia podía ser legítimo cuando se solicitaba y se exponían los suficientes argumentos ante un Senado para justificarlo. Los argumentos eran variados y siempre escuchados por las autoridades griegas. Por ejemplo, se creía que los dioses eran quienes cuidaban de nosotros, y nosotros éramos una posesión de ellos. Así pues, si uno recibía señales de los dioses que indicaran que se debe cometer suicidio, entonces se estaba autorizado en hacerlo (Brown, 2001).
Más adelante, veremos cómo el cristianismo, en la Edad Media, explicitaría castigos similares a los propuestos por Platón para todas las personas suicidas.
Por otro lado, Aristóteles (384-322 a. C.) coincide parcialmente con su maestro Platón y asume una posición contraria a la de Sócrates. Aristóteles, orgulloso del arte y la sabiduría de su pueblo, consideraba que el suicidio era doloroso y un crimen contra la propia vida, además de ser una expresión de cobardía y deshonra personal. Específicamente, más que un crimen contra uno mismo, era un atentado contra la ciudad y la sociedad a la que pertenecía. En su escrito Ética Nicomaquea, menciona lo siguiente:
Si puede o no cometerse injusticia consigo mismo, es patente por lo que queda dicho. Porque entre
los actos justos están los actos conformes con todas las virtudes y prescritos por la ley. Por ejemplo,
la ley no autoriza a darse la muerte, y lo que la ley no autoriza, lo prohíbe. A más de esto, cuando
con violación de la ley uno causa un daño a otro (como no sea para devolver el daño recibido) y lo
hace voluntariamente, es reo de injusticia, entendiéndose que el agente voluntario es el que sabe a
quién y con qué daña. Mas el que por cólera se da de puñaladas, lo hace voluntariamente y contra la
recta razón, lo cual no lo permite la ley; por lo tanto, comete una injusticia. Pero ¿contra quién? ¿No
diremos que, contra la ciudad, y no contra sí mismo? Porque en cuanto a él, voluntariamente padece,
y nadie sufre injusticia voluntariamente. Y por esto la ciudad castiga tales hechos, y cierto deshonor
acompaña al que se destruye a sí mismo, estimándose que ha cometido una injusticia para con la
ciudad. (Aristóteles, 2010, p. 97)
Es comprensible el pensamiento de Aristóteles pues, como es bien sabido, en la antigua Atenas se creía que una comunidad debía no solamente de satisfacer de manera eficaz las necesidades básicas de la vida individual, por el contrario, se consideraba que cada persona era responsable del bienestar de los individuos de la comunidad a la que pertenecía y, por ello, cada uno tenía la obligación de desarrollar al máximo sus facultades.
El bien humano en general, sostenía Aristóteles, alcanza su punto más alto cuando éste rebasaba los límites de la individualidad. Procurar el bien del individuo es importante, sin embargo, es mayor y más perfecto alcanzar y preservar el bien de la ciudad. Así, se entiende que es meritorio hacer el bien a uno mismo, pero cuando se hace el bien al pueblo y a las ciudades es superior a cualquier otra cosa. Es decir, se vuelve excelso y puede llegar al máximo con belleza absoluta y divina cuando se hace el bien para los demás por la ciudad. En palabras de Aristóteles:
Y por más que este bien sea el mismo para el individuo y para la ciudad, es con mucho cosa mayor y
más perfecta la gestión y salvaguarda del bien de la ciudad. Es cosa amable hacer el bien a uno solo,
pero más bella y más divina es hacerlo al pueblo y las ciudades.
Por otro lado, el historiador, filósofo y político Séneca (4 a.C. - 65) sostenía una postura contraria a la de Aristóteles y afirmaba que la mejor cosa que ha hecho la ley eterna dictada por los dioses es habernos otorgado sólo una entrada a la vida y, sin embargo, miles de salidas, siendo una de ellas el suicidio. Séneca elaboró, entre varios de sus importantes escritos, una serie de cartas a Lucilio1 quien era el procurador de la Cilicia (actualmente Turquía). En su carta LXX reflexiona sobre el suicidio y sostiene que es un acto de libertad al que se puede recurrir si se presentan muchas molestias que aturdan nuestra tranquilidad. Además, dice Séneca, si la muerte es inevitable en todos los seres vivos, entonces no puede ser un mal que tengamos que evitar a toda costa. Lo verdaderamente importante no es preocuparnos de cuándo vamos a morir, sino la forma en cómo morimos, es decir, cómo debemos llegar a la muerte:
Por otra parte, bien sabes que no es forzoso conservar la vida, pues lo importante no es vivir mucho
sino vivir bien. Así, es que el sabio vive lo que debe y no lo que puede. Examinará dónde, cómo, con
quién, por qué debe vivir; lo que será su vida, no lo que pueda durar. Si concurren circunstancias que le aflijan y turben su sosiego, dejará la vida; y no ha de esperar al último extremo para abandonarla, sino que el primer día en que empiece a desconfiar de la fortuna, deberá ser el último para él, aunque no sin pensarlo cuidadosamente. Darse la muerte o recibirla, acabar un poco después o un poco antes, ha de ser para él enteramente lo mismo; no hay en eso nada que pueda espantarle. ¿Qué importa perder lo que se nos va escapando gota a gota? Morir más pronto o más tarde es cosa indiferente; lo importante es morir bien o mal.
Si a uno le da la gana vivir o dejar de vivir es totalmente respetable volver al lugar de donde venimos, sobre todo si tiene sentido para el que pretende suicidarse. Así, lo relevante no es solamente vivir, sino vivir bien. Al final, todo recae en la calidad de la vida. El pensamiento de Séneca coincide con el de Sócrates en el supuesto de que el sabio debe vivir cuanto debe y no cuanto puede. Si ya no se vive bien, entonces el suicidio es totalmente legítimo y de sabios hacerlo. Es legítimo, en tanto es fruto de una deliberación racional. Si es producto de nuestras pasiones, cólera, impulsos o emociones intensas, entonces es ilegítimo y una cobardía. Esta concepción del suicidio se nos presenta como un acto de suprema libertad que busca la felicidad y que es decretado por la razón. El propio Séneca se suicidó cortándose las venas de brazos y piernas en una bañera caliente, mientras dialogaba con sus discípulos, quienes escucharon sus enseñanzas hasta su fin.
Periodo de la Edad Media
A partir de las grandes conquistas de Filipo II y de su destacado hijo Alejandro Magno, por toda Europa se generaron las condiciones para un cambio profundo en el estilo de vida social, económica y política. Después de la caída del Imperio romano de Occidente, se instaura el cristianismo como la religión oficial con la llegada al poder del emperador Teodosio I y se marcaría el inicio de una nueva etapa en la historia de la humanidad.
El cristianismo surgió y cambió para siempre el pensamiento de la humanidad. El dominio ideológico y moral del clero sobre la sociedad fue simplemente avasallador. Ninguna otra religión ha tenido el éxito, ni ganado tanto terreno para imponer una ideología que sistematice la forma de vida de todos como lo ha hecho el cristianismo.
Todos los conceptos e ideas del pensamiento griego cambiaron de forma radical: la concepción del ser, del sentido de la historia, de la vida, del tiempo, del espacio, los valores morales, todo. ¿En qué sentido cambiaron? Las instituciones intelectuales pasaron a ser promotoras del pensamiento natural al transcendental. Trajeron consigo ideas místicas y espirituales que propiciaron las condiciones necesarias para escindir al ser humano de la naturaleza.
En nuestros días, es difícil separarnos del pensamiento cristiano por más ateos que nos consideremos. De hecho, son pocos los que se percatan del origen religioso de muchas de nuestras actividades e ideas actuales. Ni los grandes personajes de la filosofía, ciencia, arte e intelectuales en general han podido emanciparse de dicho pensamiento, incluyendo nuestros contemporáneos.
Pero, ¿de qué trata el cristianismo y cómo se vincula con el suicidio? El cristianismo propone una ruptura entre el mundo natural griego y el celestial, esto es, proclama la trascendencia de la muerte y el alcance de la eternidad en otro mundo cualitativamente distinto. Claro, la idea de aceptar la muerte física y negar la muerte espiritual no es algo exclusivo del cristianismo. Más bien, ha sido una constante en casi todas las culturas de todas las épocas. Sin embargo, el cristianismo, a diferencia de otras religiones, garantiza la vida eterna en otro plano. De hecho, es aquí donde la mayoría de las religiones tienen su función más relevante: la promesa y esperanza de un mundo mejor, que solamente es alcanzable con el cumplimiento de una serie de reglas (mandamientos, leyes divinas, tributos, etc.) y culmina una vez llegada la muerte. Es necesario tener presente que la muerte es la piedra angular que sostiene a todo el pensamiento de la religión cristiana y a todas aquellas religiones que prometen una mejor vida en otro mundo que está más allá de lo terrenal. Esto no quiere decir otra cosa más que, de no existir la muerte, simplemente no habría religión alguna, pues justamente ésta es la plataforma que le otorga poder a las instituciones religiosas.
Siendo claro y sin ningún tipo de diplomacia o amabilidad en lo que refiere al pensamiento religioso. El ser humano sabe que ha de morir y al mismo tiempo tiene un infinito apego a la vida, lo cual es lógico. La vida es lo único que conocemos, mientras que la muerte es una certeza desconocida. Sin embargo, las autoridades religiosas nos hablan de la existencia de un lugar que llaman “el más allá”, pero que ni ellos mismos conocen. De hecho, nadie lo conoce.
Todo lo que podamos decir del “más allá” siempre lo diremos desde el “más acá”, o sea, desde nuestro mundo terrenal. Nuestro apego a la vida y nuestro orgullo nos persuade a rechazar la realidad que Platón escribió en sus Diálogos:
mi querido Hermógenes, la mejor manera de examinar, si fuéramos prudentes, sería confesar que
nosotros nada sabemos ni de la naturaleza de los dioses, ni de los nombres con que se llaman a sí
mismos; nombres que, sin dudar, son la exacta expresión de la verdad. Después de esta confesión, el
partido más razonable es llamar a los dioses, como la ley quiere que se les llame en las preces, y darles nombres que lea sean agradables, reconociendo que nada más sabemos. En mi opinión esto es lo más sensato que podemos hacer.
El miedo a la muerte, a lo desconocido, es de lo que se valen las religiones para medrar asegurando que no todo acaba con la muerte y, con ello, instrumentalizar un miedo que ellas mismas provocan.
Ahora bien, ¿cuál es la relación del cristianismo con el suicidio? En las Sagradas Escrituras de la Biblia Cristiana se defiende la idea de que el ser humano se encuentra bajo la voluntad de Dios, pues es él quien da vida y muerte en todo el universo. Podemos encontrar en el Antiguo Testamento un pasaje de Deuteronomio, que refiere a una serie de discursos dirigidos por Moisés, que expresa esto que hago mención y en el que se subraya el dominio absoluto de Dios sobre la vida humana:
Ved que yo, sólo yo soy... Yo doy la muerte y la vida, hiero yo y sano yo mismo.
Lo anterior, es una de las tantas expresiones que podemos encontrar en el texto bíblico y que nos muestra una visión del ser humano ajeno a su propia vida. Los hombres y mujeres no son dueños de sus vidas, por lo tanto, tampoco deben hacerse daño a sí mismos. Dios es quien da la vida y es el único que la puede quitar. De ahí que, durante la Edad Media, a partir del año 542, la Iglesia castigara a los suicidas, principalmente de tres formas:
1. Condena eterna en el infierno por medio de la no absolución del cuerpo del suicida.
2. Daño al cadáver del suicida (descuartizándolo y quemándolo en público).
3. Retiro de los bienes o pertenencias del suicida dejando sin propiedades a los familiares.
Uno de los pensadores más representativos de la Iglesia, y quien propuso inicialmente la lógica anterior, fue el filósofo Agustín de Hipona (354-430) mejor conocido como san Agustín. Sin duda, él fue uno de los grandes pensadores del cristianismo y se manifestó en contra del suicidio. A continuación, se presenta un extracto de las palabras del propio san Agustín en su obra La ciudad de Dios:
Si a ninguno de los hombres es lícito matar a otro de propia autoridad, aunque verdaderamente sea
culpado, porque ni la ley divina ni la humana nos da facultad de quitarle la vida; sin duda que el que
se mata así mismo también es homicida, haciéndose tanto más culpado cuando se dio muerte, cuanta
menos razón tuvo para matarse; porque si justamente abominamos de la acción de Judas y la misma
verdad condena su deliberación, pues con ahorcarse más acrecentó que satisfizo del crimen de su
traición (ya que, desesperado ya de la divina misericordia y pesaroso de su pecado, no dio lugar a
arrepentirse y hacer una saludable penitencia), ¿cuánto más debe abstenerse de quitarse la vida el que
con muerte tan infeliz nada tiene en sí que castigar? Y en esto hay notable diferencia, porque Judas,
cuando se dio muerte, la dio a un hombre malvado, y, con todo, acabó esta vida no sólo culpando
en la muerte del Redentor, sino en la suya propia, pues, aunque se mató por un pecado suyo, en su
muerte hizo otro pecado.
En realidad, san Agustín expresa estas palabras como forma de consuelo para todos los cristianos angustiados de aquellos tiempos, ya que a finales del siglo IV y principios del siglo V Roma fue amenazada y saqueada en varias ocasiones. Estos saqueos, que acontecieron de forma violenta, orillaron a la gran mayoría de las mujeres al suicidio ya que querían impedir ser torturadas y violadas. Sin embargo, suicidarse por estas razones no tenía ninguna justificación.
No se les reconocía el suicidio como medio para evitar un mal como este o alguno semejante. Ni siquiera por la amenaza de enemigos, deshonras o sufrimientos en el cuerpo.
¿Por qué esto era así? No debemos olvidar que, desde el punto de vista del cristianismo, el dolor es algo constitutivo de la existencia del hombre, es decir, si Jesucristo fue torturado y crucificado en la cruz por nosotros los mortales,entonces cualquier acto de violencia a otros o a nosotros mismos estaba justificado, pues no es más dolor que aquel que sufrió en carne propia el hijo enviado de Dios. Además, no hay que olvidar que otro de los mandamientos es “Amarás a Dios con todo tu corazón y con todas tus fuerzas y al prójimo como a ti mismo”, por lo tanto, el suicidio sería una ofensa directa a Dios.
Santo Tomás de Aquino (1225-1274), otro de los más grandes pensadores de la Iglesia Católica, asume la misma postura que san Agustín y piensa que el suicidio es ir en contra de la ley natural, es decir, ley divina. En su magna obra, Suma Teológica, expresa lo siguiente, apoyado de los textos de Aristóteles:
Es absolutamente ilícito suicidarse por tres razones: primera, porque todo ser se ama naturalmente a
sí mismo, y a esto se debe el que todo ser se conserve naturalmente en la existencia y resista, cuanto
sea capaz, a lo que podría destruirle. Por tal motivo, el que alguien se dé muerte va contra la inclinación natural y contra la caridad por la que uno debe amarse a sí mismo; de ahí que el suicidarse sea siempre pecado mortal por ir contra la ley natural y contra la caridad. Segunda, porque cada parte, en cuanto tal, pertenece al todo; y un hombre cualquiera es parte de la comunidad como se pone de manifiesto por el Filósofo en el libro V de la Ética a Nicómaco. Tercera, porque la vida es un don divino dado al hombre y sujeto a su divina potestad, que da la muerte y la vida.
Sin embargo, santo Tomás de Aquino hace un ligero cambio respecto a la obra Ética Nicomaquea: el suicidio más que un atentado a la ciudad, como sostiene Aristóteles, es un atentado contra la caridad. Este cambio, que pareciera ser una trivialidad, en realidad es de suma importancia, pues el sentido del acto suicida se transforma cualitativamente. Mientras que, para Aristóteles el suicidio se da como un acto del mismo tipo de naturaleza que cualquier otra acción humana (comer, dormir, etc.), con santo Tomás está orientado a una finalidad trascendental ya que, la caridad forma parte de la naturaleza divina de Dios hacia nosotros.
En resumen, san Agustín como santo Tomás rechazan toda forma de autodestrucción del ser humano que sea fiel a la religión cristiana. Es suficiente mostrar el pensamiento de estos representantes de la Iglesia de aquella época para darse cuenta de las razones por las que el cristianismo (y la mayoría de las religiones tales como el judaísmo y el islam) escarmienta el suicidio.
Ahora bien, queda claro que el suicidio se concibe como un pecado, ¿pero qué explicación ofrece el cristianismo para este tipo de actos? En general, toda la sociedad europea medieval estaba sujeta por el pensamiento de la Iglesia, por lo que cualquier explicación de la naturaleza estaba vinculada necesariamente a Dios. En el caso de las conductas desviadas o atípicas, siempre eran interpretadas desde el marco teológico. Por ejemplo, lo que hoy conocemos como epilepsia era interpretado como posesiones por demonios, los actos de los asesinos como acciones de siervos de satanás, las obsesiones sexuales de los hombres eran producidas por brujas, etc. Si un individuo mostraba intenciones de suicidarse, entonces se creía que estaba poseído por algún espíritu maligno, o sea, el suicida tenía un alma o espíritu perturbado que provocaba se diera muerte a sí mismo.
La disciplina encargada para identificar estas conductas anómalas y su tratamiento adecuado era la demonología, que tenía por objetivo el estudio de la naturaleza de los demonios. A partir de la demonología se dio origen a la dicotomía de comportamiento normal y anormal, algo que heredaría más tarde a la medicina, especialmente a la psiquiatría moderna.
Como la demonología era la disciplina encargada de explicar todas las conductas desadaptadas durante la Edad Media, los clérigos eran los responsables de su tratamiento y su solución. ¿Cómo resolvían el problema? El tratamiento o cura se efectuaba a través de castigos físicos y tortura para expulsión de estos espíritus demoniacos. Incluso en tiempos cercanos a la modernidad, los individuos que eran poseídos por demonios son “sanados” mediante crueles exorcismos.
Todos aquellos que cometían suicidio eran considerados como víctimas de las fechorías de estos demonios, pues las personas carecían de un vínculo hacia Dios haciéndolos más vulnerable a estos ataques, entre otras cosas.
Sin embargo, a finales del siglo XVI y principios del XVII, se empezaron a abandonar las explicaciones acerca de las supuestas posesiones demoniacas por aquellas interpretaciones de conductas anormales que se centraban en causas biológicas.
Periodo Moderno
El primer gran golpe al pensamiento cristiano, y que daría entrada al periodo moderno, llegaría con las ideas racionalistas de René Descartes (1596-1650). Sus revolucionarias obras, tales como El discurso del método y Meditaciones metafísicas, abrieron una brecha para el surgimiento de la modernidad y, con ello, el nacimiento de diversas ideas actuales en diferentes sistemas de pensamiento. A partir del pensamiento cartesiano varios intelectuales desarrollaron sus trabajos, como el empirista inglés John Locke (1632-1704) y su obra Ensayo sobre el entendimiento humano, o el ilustre filósofo escocés David Hume (1711-1776) y su Tratado de la naturaleza humana.
Este último, David Hume, argumentó en su obra Del suicidio. De la inmortalidad del alma una serie de razonamientos para justificar de manera magistral el suicidio desde el pensamiento cristiano con base en los propios supuestos teológicos. El filósofo sostiene que el suicidio es un asunto del que no se puede derivar una visión negativa, pues todo lo que hagamos es una extensión de las mismas leyes a las que se somete todo lo creado por el todopoderoso. No hay violación alguna si cometemos suicidio porque somos creación de Dios al igual que sus leyes divinas.
Para probar que el suicidio no es transgresión alguna de nuestro deber con Dios, las siguientes consideraciones pueden bastar quizá. Para gobernar el mundo material, el creador Todopoderoso ha establecido leyes generales e inmutables por las cuales todos los cuerpos, desde el planeta más grande hasta la partícula más pequeña de materia, se mantienen en su propia esfera y función. Para gobernar el mundo animal, ha dotado a todas las criaturas vivientes de poderes corporales y mentales; de sentidos, pasiones, apetitos, memoria y juicio, por las que son guiadas o reguladas en el curso de la vida al cual están destinadas. Estos dos principios distintos del mundo material y animal traspasan continuamente los límites del otro y repasan mutuamente la operación del otro. Los poderes de los hombres y de todos los otros animales están restringidos y dirigidos por la naturaleza y las cualidades
de los cuerpos que los rodean; las modificaciones y acciones de esos cuerpos son incesantemente alteradas por la operación de todos los animales.
De acuerdo con Hume, si conservamos la vida propia o decidimos acabar con ella es algo que únicamente nos incumbe a cada uno de nosotros, sin que esto pudiera ser una ofensa a Dios. Entonces, el suicidio no es de ninguna manera un pecado, dicha acción puede estar libre de cualquier culpa.
Ya adentrados en el siglo XVIII, todas aquellas personas con antecedentes de intentos de suicidio eran enviadas lejos de la sociedad, pues se creía que podían ser un peligro al tratar de imitarse entre la población. Más tarde, se optó por recluirlos en cárceles junto a verdaderos criminales porque al suicidio se catalogó e igualó como un acto delictivo. Este importante cambio significó que las personas suicidas dejaran de ser pecadores para pasar a ser criminales. Lo que antes era un encargo de la Iglesia, ahora era delegada al área jurídica y legal.
Ya en este contexto, el filósofo y político francés Montesquieu (1689-1755) realizó una crítica a las leyes jurídicas que castigaban el suicidio. Montesquieu supuso que algunas de las causas que se consideraban producían el suicidio se encontraban la muerte voluntaria y los desórdenes físicos corporales, y no necesariamente eran precedidos por la locura o aspectos mentales. Por esta razón, propuso que el suicidio fuera tratado no únicamente como una terrible consecuencia de demencia o locura, sino más bien, debería de ser atendido como un problema con sus propias características complejas. En su libro Del espíritu de las leyes menciona lo siguiente:
No vemos, en los historiadores, que los romanos se diesen muerte sin motivo, pero los ingleses se matan sin que se pueda concebir ninguna razón que los determine a ello; se matan hasta en el goce de la felicidad. Ese proceder, entre los romanos, era efecto de la educación, obedecía a su manera de pensar y a sus costumbres: entre los ingleses es efecto de una enfermedad que se debe al estado físico
de la máquina corporal, siendo independiente de cualquier otra causa.
Parece ser un desarreglo de filtración del jugo nervioso; la máquina corporal, encontrándose todas las fuerzas motrices sin acción, se cansa de sí misma; el alma no experimenta dolor, sino cierta dificultad para existir. El dolor es un mal local que nos incita a desear que se acabe, el peso de la vida es un mal que no radica en ningún sitio concreto y que lleva al deseo de concluir esta vida.
Es evidente que las leyes civiles de algunos países han tenido razones para condenar el suicidio, pero en Inglaterra no puede castigárselo más de lo que se castigan los efectos de la demencia.
El filósofo alemán Arthur Schopenhauer (1788-1860) por ser uno de los escritores que expresó mucho acerca del suicidio, la vida, la muerte y el dolor. Este filósofo concibe al suicidio como una manifestación de plena libertad del individuo que se lleva a cabo con un verdadero sentido de la vida, pues es una forma de detener el sufrimiento y dolor. Schopenhauer nos dice que la persona que se suicida es la que mejor entiende el significado de la vida y su forma de expresión, por eso rechaza todo aquello que atente contra ella. En su obra El mundo como voluntad y representación menciona lo siguiente:
El suicidio, lejos de negar la voluntad de vivir, la afirma enérgicamente. Pues la negación no consiste en aborrecer el dolor, sino los goces de la vida. El suicida ama la vida; lo único que le pasa es que no acepta las condiciones en que se le ofrece. Al destruir su cuerpo no renuncia a la voluntad de vivir, sino a la vida. Quiere vivir, aceptaría una vida sin sufrimientos y la afirmación de su cuerpo, pero sufre indeciblemente porque las circunstancias no le permiten gozar de la vida. La voluntad de vivir se encuentra tan cohibida en el fenómeno de su individuo aislado, que no puede desplegar su vuelo.
Aquel que se suicida hace un doble “movimiento”, con su acto: opta por morir, al mismo tiempo que aprecia y valora la vida. Se comete suicidio porque se reconoce el valor de vivir, porque se comprende que no se consiguió, por cualquier razón que sea esta, hacerlo de la mejor manera. Visto así, el suicidio podría considerarse como un acto de rebeldía intelectual y emocional extrema. De acuerdo con Schopenhauer, sería el acto más sublime del querer del ser humano, un acto de total sumisión a la voluntad de vivir, nunca su negación.
Para mediados del siglo XIX surgiría una de las teorías científicas más revolucionarias de la historia y que de manera inadvertida colocaría al suicidio como un acto que se opone a la lógica de la naturaleza de los seres vivos: la Teoría de la Evolución, de Charles Darwin (1809-1882). En 1859, Darwin publicó su obra El origen de las especies y cambió la visión que tenemos acerca de nosotros mismos y del resto de las especies de nuestro planeta. En dicha obra, sostiene la siguiente tesis principal apoyada con evidencia empírica: la evolución es el proceso por el cual la vida se ha desarrollado y consiste en los cambios paulatinos y adaptativos que sufren los organismos para sobrevivir. Los que estén mejor adaptados al medio tienen mayores probabilidades de reproducción y supervivencia, es decir, cada organismo en cada especie compite para poder acceder a los recursos necesarios.
Desde la sociología, el francés Emile Durkheim (1858-1917) conceptualizó al suicidio como un fenómeno sociológico y no como uno puramente individual. En su obra El Suicidio, menciona que todo acto suicida es resultado de perturbaciones de dependencia con la sociedad y, por consiguiente, se trata en principio de un evento social. Esta es una de sus grandes aportaciones conceptuales: comprender que en el suicidio existen algunos factores determinantes que no son necesariamente de origen clínico o psicológico, por el contrario, el suicidio es un acto individual y único, pero su naturaleza siempre de índole social.
En efecto, si en lugar de no ver en ellos más que acontecimientos particulares, aislados, que deben de ser examinados por separado, consideramos el conjunto de los suicidios cometidos en una sociedad dada, durante una unidad de tiempo determinada, comprobaremos que el total no es una simple suma de unidades independientes ni una colección, sino que constituye por sí mismo un hecho nuevo y sui generis, con su propia unidad e individualidad, es decir, con naturaleza propia, una naturaleza eminentemente social.
Así, el suicidio se expresa de muchas formas por causas sociales, particularmente cuando la sociedad no les brinda o proporciona a sus miembros los recursos necesarios para establecer los vínculos interpersonales adecuados.
Por ejemplo, podría ser que las adicciones a las drogas que propician la autodestrucción en los jóvenes sean una consecuencia de la fractura en las relaciones de los grupos sociales, especialmente en el núcleo familiar. Durkheim elaboró una clasificación en la que distingue cuatro tipos de suicidios:
• Suicidio egoísta. Se presenta cuando la persona se siente enojada con la sociedad y tiene pocos lazos. La persona se caracteriza por la carencia de integración social. Un ejemplo serían las personas solitarias o ermitañas que al no establecer vínculos afectivos con persona alguna optan por suicidarse.
• Suicidio anómico. Se refiere a la actividad “alterada” del individuo en su vida diaria, es decir, que sufre la falta de normas que lo vinculan a la sociedad. Ocurre en aquellas personas que experimentan situaciones de crisis provocadas por un desajuste social o como eventos que se presentan fuera de los márgenes de la cotidianidad.
Por ejemplo, cuando una persona le decomisan su casa de forma injustificada por parte del banco o cuando no tiene un empleo que le permita tener acceso al mercado de consumo y vivir con las condiciones mínimas necesarias.
• Suicidio altruista. Este tipo de suicida es característico de personas que se desenvuelven en comunidades conalto grado de integración social. El individuo al estar excesivamente unificado a su comunidad se suicida por ella sin que le importe perder su identidad. Ejemplos de este tipo de suicidio son los pilotos japoneses kamikaze o aquellos soldados patriotas que prefieren morir por su país antes que traicionarlo. Otro caso es cuando una persona sacrifica su vida (comúnmente es reconocido como “héroe”) por la vida de alguien más.
• Suicidio fatalista. Se presenta cuando las reglas (morales, religiosas, económicas, etc.) a las que está sometido el individuo son demasiadas crueles como para que éste abandone la situación en la que se encuentra. Generalmente, se presenta cuando las personas consideran que su situación es inmutable y son incapaces de poder cambiar o influir en ella. Es una condición parecida a la esclavitud. Por ejemplo, los suicidios de obreros que son explotados en su jornada laboral.
A esta tipología de suicidios se le puede considerar como el ejemplar pionero que dio origen a las clasificaciones contemporáneas de los más diversos comportamientos en la psicología, psiquiatría y otras disciplinas de la salud. Durkheim, con base en sus estudios y su clasificación de suicidios, describe y explica las diversas causas externas a los individuos, tales como los factores económicos, de clima, geografía, la participación de instituciones religiosas y políticas etc., que pueden propiciar, o no, que las personas terminen con su vida. Es importante recalcar que estos factores “externos” al individuo se consideran como cuestiones sociales más que propias de la individualidad de la persona suicida.
Por último, habría que decir que, de acuerdo con este sociólogo, una solución que podría favorecer la integración entre el individuo y su sociedad es la profesión, oficio o trabajo satisfactorio para quien lo desempeña. Durkheim considera que una actividad laboral placentera puede promover el éxito personal y generar el sentido de permanencia en la sociedad.
En la segunda mitad del siglo XX, después de las atrocidades que trajo consigo la Primera y Segunda Guerra Mundial, surgieron diversas líneas de pensamiento que tenían por objetivo replantear la conceptualización del ser humano y su papel en la construcción del mundo. La línea filosófica existencialista tuvo una gran aceptación por sus ideas de libertad y responsabilidad del ser humano en cada uno de sus actos, así como eliminar todo tipo de excusas.
Desde la literatura existencialista, el extraordinario escritor francés Albert Camus (1913-1960) plantea en su obra El mito de Sísifo la filosofía del absurdo como una forma de interpretar lo insignificante de la vida y el valor que tiene para cada uno de nosotros en función de lo que queramos atribuirle. Esta obra es parte de la mitología griega y relata que el héroe griego hace enfadar a los dioses por desafiarlos. Esta acción retadora provocó que los dioses lo condenaran a perder la vista y cumplir la tarea de empujar una gigantesca roca hasta la cima de una montaña para que después la roca regrese rodando cuesta abajo hasta el punto de inicio. Sísifo debía empujarla nuevamente así por
la eternidad de los tiempos. Camus retoma este mito para discutir el tema del suicidio como una metáfora de lo que parece ser un esfuerzo inútil de manera continua en cada persona como, por ejemplo, las labores de los obreros y empleados que trabajan durante todos los días de su vida haciendo las mismas tareas hasta el final.
La condición miserable que vive Sísifo se puede equiparar al suicidio ya que su vida y su existencia se vuelven absurdas. Sin embargo, Camus asegura que cuando Sísifo reconoce la insignificancia de su tarea y la certeza de su destino, es “liberado” para darse cuenta de lo absurdo de su situación y para conseguir a un estado de aceptación. El hombre, sostiene Camus, debe aceptar su estado y nunca evadir la realidad, por eso, el suicidio siempre debe ser la última salida.
El suicidio en el siglo XXI
En la época actual, nuestras acciones tienen una mayor importancia en el plano legal y de la salud. Todo aquello que no se encuentre dentro de los límites legales y criterios de salud es valorado como delito y enfermedad, respectivamente.
En lo que compete al suicidio, se le ha considerado desde hace ya bastantes décadas como un problema de salud pública, pues la concepción actual que se tiene al respecto dentro de la psicología y psiquiatría es conocida ampliamente por todos: el suicidio se trata de una enfermedad mental o un comportamiento anormal que va en contra de la salud y bienestar.
Desde una perspectiva histórica, es evidente que la valoración actual del suicidio es consecuencia directa de diversas transformaciones sociales que le anteceden. Pero, ¿qué condiciones actuales mantienen esta visión del suicidio?, ¿por qué se le considera como un problema de salud pública?, ¿por qué el encargo social de la psicología en el ámbito de la salud es la prevención y tratamiento del suicidio?, ¿son alarmantes los casos de suicidio?, y si lo son ¿en qué sentido y por qué?
Un buen punto de partida para responder estas preguntas es la definición que ofrece el principal organismo internacional responsable de la salud, la Organización Mundial de la Salud (OMS). Esta autoridad directiva y coordinadora de acción sanitaria internacional es la encargada de desempeñar una función de liderazgo en los asuntos de salud mundial, mediante el establecimiento de normas y políticas de apoyo especializado a los países.
¿Qué entiende la OMS por salud mental? De acuerdo con este organismo, la salud mental no es sólo la ausencia de trastornos mentales, sino al estado de bienestar, en el cual el individuo es consciente de sus propias capacidades y puede afrontar las tensiones normales de la vida. Una condición como ésta permite el trabajo de forma productiva y fructífera, de tal manera que la persona sea capaz de hacer una contribución a su comunidad.
Si bien, es cierto que para la OMS las enfermedades mentales (en especial la depresión) y losdiversos entornos culturales y sociales constituyen importantes factores de riesgo de suicidio, siempre se refiere a este último como un trastorno mental. Esta concepción del suicidio está amparada en el modelo médico de la salud-enfermedad, por tanto, es considerada como cualquier otra enfermedad, como la gripe, el cáncer, la diabetes, etc., y debe de atenderse como tal.
Esta visión del suicidio, como una problemática en el marco de la salud, es equivocada. En realidad, se trata de un falso problema que se formula con otros fines. Las diversas instituciones gubernamentales y de la salud nos han hecho creer que el suicidio es un problema por razones que no son del todo ciertas. En el fondo, tiene que ver con el control de los individuos en la sociedad y con las pérdidas económicas que les genera a los países. La visión trágica del suicidio y su prevención no es únicamente resultado de un sentido humanitario de parte estas instituciones.
Ortega,G,M. (2018). Comportamiento suicida. Mexico: Qartuppi.
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