sábado, 5 de septiembre de 2020

Tupinambá y el canibalismo vengativo

 

El canibalismo fue (y sigue siendo) comúnmente asociado con ciertos pueblos indígenas de las Américas. En la serie de de Bry, su tercer volumen relata las experiencias de canibalismo de Hans Staden en Brasil. Los grabados de De Bry para este volumen se encuentran entre los más conocidos de finales del siglo XVI y principios del XVII, en gran parte debido a su carácter espantoso y sensacionalista. Tenga en cuenta que la impresión de De Bry, "Los indios vierten oro líquido en la boca de un español", también puede representar el canibalismo entre las figuras que se muestran al fondo.

Staden, un soldado alemán que viajó a Sudamérica, había sido capturado en 1553 por los tupinambá, un grupo indígena de Brasil. Después de su regreso a Europa en 1557, escribió sobre las costumbres, la vida familiar y el canibalismo de los tupinambá, describiendo cómo los tupinambá lo practicaban ceremonialmente, especialmente comiéndose a sus enemigos. El libro inicial de Staden incluía simples grabados en madera, pero los grabados actualizados de De Bry demostraron ser mucho más populares y perdurables en la imaginación cultural europea. Las percepciones de los indígenas brasileños fueron moldeadas por estas imágenes y reforzaron la noción de que los tupinambá y otros como ellos eran depravados, primitivos y pecadores.

Una de sus imágenes muestra a adultos y niños desnudos bebiendo un caldo hecho con una cabeza e intestinos humanos, visibles en platos en medio de la reunión de personas. Otra representación del Tupinamba muestra un fuego debajo de una parrilla, sobre la cual se asan partes del cuerpo. Las figuras rodean la parrilla, comiendo. En la parte de atrás hay una figura barbuda, probablemente destinada a ser Staden. Las versiones coloreadas a mano de las impresiones de de Bry enfatizan aún más el tema inquietante de las imágenes.

El canibalismo llegaría a estar estrechamente asociado con los pueblos de las Américas. De Bry incluso usaría imágenes de caníbales para servir como el frontispicio grabado del volumen 3. Mostrar a los tupinambá comiendo carne humana los exotizaba y justificaba el control europeo.



Tupinambá corresponde a una denominación colonial usada por los cronistas del siglo XVI y XVII para identificar a las tribus tupis que vivían en la costa del Brasil y también a una de esas “naciones”, como se anota en el Dicionário del Brasil Colonial:

Los tupinambás o tupis no eran homogéneos, y formaban, según los cronistas, “naciones”, “castas” o “generaciones” que frecuentemente luchaban entre sí y se localizaban en puntos distintos del litoral. Los carijós eran una rama de los guaraníes y se establecían entre la laguna de los Patos y Cananéia; los tupiniquis se expandían por la altiplanicie y el litoral de São Paulo; los tupinambá propiamente dichos o tamoios se ubicaban entre el litoral norte paulista, el valle del Paraíba y Cabo Frío; los temiminós, en la bahía de Guanabara. Entre Espíritu Santo y Bahía, los indios fueron también denominados genéricamente tupiniquins; el territorio entre Bahía y la hoz del San Francisco era también dominado por los tupinambás; en cuanto a los potiguares, se distribuian por la costa del noreste hasta Ceará. En el siglo XVII, los colonos encontraron tupinambás en el Marañón, en Pará y en la isla de Tupinambarana, en el medio Amazonas.

Desde las primeras descripciones de Colón y Vespuccio, los caribes de las Antillas y los tupinambá de la costa brasileña pasaron a ser conocidos por sus prácticas antropofágicas, como anota Metraux: 

La antropofagia es una costumbre característica de los caribes y de los tupí-guaranís. Todas las tribus de esta última familia lingüística, a propósito de la cual estamos tan mal informados, se consideran como antropófagas. 


En los siglos XVI y XVII, la antropofagia fue descrita detalladamente por los cronistas que visitaron estas tierras. Portugueses, franceses, holandeses, alemanes y hasta las cartas de los jesuitas dieron espacio en sus narrativas para describir estas prácticas, consideradas abominables. Ya en las primeras décadas del siglo XVI, la iconografía mostró esos terribles banquetes caníbales practicados por los Tupinambá en las estampas de las ediciones de viajes. En la cartografía, a partir de Waldseemüller y Fries, estas imágenes aterradoras invadieron los mapas de las tierras del Brasil. 

El gran apogeo de esta iconografía sobre el canibalismo fue alcanzado en los detallados grabados hechos por Theodoro De Bry para la tercera parte de su colección de viajes sobre América. Las imágenes basadas en la narrativa de Hans Staden sobre la captura y, especialmente, la ejecución de la víctima por los tupinambás representan el clímax de la Americæ Tertia Pars. Cinco estampas muestran la ejecución, la muerte y el consumo de la víctima por los tupinambá. En la primera aparecen indias desnudas, voluptuosas, que se muestran ansiosas al morder sus propias manos y brazos. Dos concentraciones de indios a la izquierda y a la derecha asisten a la ejecución del prisionero.

Un hombre desnudo amarrado a una cuerda en el centro de la composición ysujetado por dos guerreros con escudos parece desafiar a su verdugo antes de ser sacrificado con un golpe de tacape, dado por el guerrero tupinambá, adornado a la izquierda del grabado.

Tacape: arma usada por algunos grupos amerindios, entre ellos, los tupinambá. Era una especie de espada o maza de madera más ancha en uno de sus extremos.


El relato de Hans Staden describe la escena así: 

Aquel que debe matar al prisionero le pega en la cabeza y dice: “Sí, aquí estoy, te quiero matar, porque los tuyos también mataron a muchos de mis amigos y los devoraron”. El otro le responde: “Después de muerto, tengo todavía muchos amigos que ciertamente me han de vengar”. Entonces le da el matador un golpe en la nuca.

El fragmento de la descripción de Staden justifica la “extraña” postura desafiadora de la víctima ante su verdugo en el grabado y la reafirmación del carácter de venganza de la ejecución. Jean de Léry también registra el diálogo entre la víctima y el verdugo, así como la relación de venganza entre los dos: 

“Yo no estoy para fingir, fui, en efecto, valiente y asalté y vencí vuestro país y os comí”. Y así continúa, hasta que su adversario, listo a matarlo, exclama: “Ahora estás en nuestro poder y serás muerto por mí y ahumado y devorado por todos”. 

La víctima entonces responde:

 “Mis parientes me vengarán”.

 El salvaje encargado de la ejecución levanta entonces un tacape con ambas manos y descarga tal golpe en la cabeza del pobre prisionero que cae redondo muerto, sin querer mover brazos y piernas.

Theodore De Bry, Americæ Tertia Pars (Frankfurt, 1592), 121. Grabado en cobre

En el suelo que pisan los guerreros y la víctima de la estampa de De Bry pueden notarse fragmentos de cerámica y piedras e incluso un fuego encendido. Estos fragmentos, de acuerdo con Staden, servían para que el prisionero pudiera defenderse y agredir a las mujeres que amenazaban devorarlo.

 Otros cronistas dicen que a la víctima le eran dadas frutas secas para arrojar contra sus enemigos.Estos detalles también son mencionados por Léry como justificación de la  presencia de los escudos ovalados de cuero para la protección de los guerreros que sujetan a la víctima: 

Después de haber estado así expuesto a la vista de todos, los dos salvajes que lo mantienen amarrado se apartan de él unas tres brazas de ambos lados y estiran fuertemente las cuerdas de modo que el prisionero quede inmovilizado. 

Tráenle entonces piedras y pedazos de ollas; y los dos guardas, recelosos de ser heridos, se protegen con rodelas de cuero de tapirussú y le dicen: “Véngate antes de que mueras”. Comienza el prisionero a tirar proyectiles con todas sus fuerzas contra los que allí se reúnen en torno de él, algunas veces en número de tres a cuatro mil.


El fuego es encendido por las mujeres indias a una distancia de dos pasos al frente de la víctima para que sea visto por ella antes de morir, y este fuego va a ser usado para preparar su cuerpo después de la muerte. 

El segundo grabado muestra dos instantes diferentes, posteriores a la muerte de la víctima. En el primer momento, a la izquierda del grabado, la esposa del indio muerto llora sobre el cadáver; a la derecha, en un segundo momento, cuatro indias raspan la piel del muerto y una de ellas introduce un palo en el ano del sacrificado. A su lado, el agua está siendo hervida para retirarle la piel a la víctima. 

La lectura de los episodios de este grabado debe ser hecha de izquierda a derecha. En el centro, al fondo, de forma casi simétrica, aparece Hans Staden al lado del guerrero que sacrificó al enemigo, ricamente decorado y aún con el tacape en las manos. El cuerpo del guerrero tupinambá muestra las marcas de las víctimas 
sacrificadas por él, en forma de hendiduras o riscos en las piernas, brazos y pecho. A la derecha, se reúne un grupo de guerreros entre ellos, los dos Tupinambás de escudo que ayudaban a sujetar al prisionero momentos antes de ser muerto en el grabado anterior que parecen esperar con calma, en tanto una india corre intranquila mordiendo su mano. Aquí, De Bry sugiere un contraste entre la serenidad y el control de los hombres y la ansiedad y falta de control de la mujer.

La descripción hecha por Jean de Léry ayuda a entender los dos momentos del episodio presentado en el grabado: 

Inmediatamente después de muerto el prisionero, una mujer se coloca junto al cadáver y derrama un corto llanto; digo a propósito un corto llanto porque esa mujer se lamenta y derrama fingidas lágrimas sobre su marido muerto, mas siempre con la esperanza de comerle un pedazo. En seguida, las otras mujeres, sobre todo las viejas, que son más golosas de carne humana y ansían la muerte de los prisioneros, llegan con agua hirviendo, refriegan y escaldan el cuerpo con el fin de arrancarle la  epidermis  después el dueño de la víctima y algunos ayudantes abren el cuerpo y lo despresan.

Léry resalta especialmente el llanto fingido de la india por su esposo recién sacrificado, que llora, mas quiere comer un pedazo del marido.De ese modo, las mujeres indias del grabado no se muestran solo ansiosas y descontroladas, como por ejemplo la mujer que corre en el fondo, sino también fingidas e hipócritas, como la india que llora sobre el cuerpo sin vida de la víctima. 

El pastor francés menciona también la presencia de mujeres viejas golosas –que no están en el grabado de Theodoro De Bry–, jóvenes yvoluptuosas. Esto también justifica el motivo por el cual los hombres semejan estar esperando en el fondo el final del trabajo de las mujeres, ya que, de acuerdo con Staden y Léry, a ellos les correspondía desmembrar el cuerpo. Por lo tanto, estarían esperando que las 
mujeres terminen su tarea. 

La descripción de Léry justifica la presencia del agua hirviendo para escaldar el cuerpo, que De Bry registra tanto en el gran pote lleno de agua colocado al fuego como en la tinaja con agua al lado de las indias. El proceso de raspar la piel de la víctima también es citado por Staden: “Entonces le descarga el matador un golpe en la nuca, los sesos saltan y luego las mujeres toman el cuerpo, arrojándolo al fuego, desollándolo hasta quedar bien pelado y le 
introducen un palito por detrás para que nada [se] les escape”.

Las descripciones de Staden y Léry coinciden en indicar que la función de escaldar la víctima correspondía a las mujeres indias. Mientras que el texto de Staden explica la presencia en el grabado del pedazo de madera que la india entierra en la víctima con ayuda de una piedra. Evidentemente, esta imagen fue confeccionada a partir de las informaciones de las narrativas de Staden y de Léry, pero no encuentra referentes directos en los xilograbados de estos relatos. 



El tercer grabado presenta el desmembramiento de la víctima. Después 
de la retirada de la epidermis, los indios cortan el cuerpo. En el grabado puede verse a un indio que, con ayuda de un hacha, corta el cuerpo. Tres mujeres corren por la aldea llevando en sus manos los brazos y piernas cortadas, con enorme alegría.

Otro indio abre la víctima por el medio y le retira las vísceras, que son recibidas por una india en una especie de plato. Paralelamente, dos indias ya están 
cocinando las vísceras y la cabeza en una enorme olla de barro, mientras otra trae leña para alimentar el fuego. En esta escena macabra pueden ser vistos niños, uno de ellos con una cabeza cortada en las manos, mientras otros dos ayudan a mantener el fuego encendido. Hans Staden afirma que: 


Una vez desollado, un hombre lo toma y le corta las piernas, encima de las rodillas, y también los brazos. Vienen entonces las mujeres, pegan los cuatro pedazos y corren alrededor de las cabañas, haciendo gran vocerío. Después le abren las costillas, que separan del lado de enfrente y las reparten entre sí; mas las mujeres guardan los intestinos, cocinándolos, y del caldo hacen una sopa que se llama mingau.

La descripción del alemán detalla el proceso de desmembramiento y de cocimiento de las vísceras. A pesar de todo, tal vez lo más singular de la escena, tanto en el texto de Staden como en el grabado de De Bry, sea la extraña actitud de alegría de las mujeres, manifiesta con el correr alrededor de las cabañas con los miembros cortados de la víctima. 

El padre José de Anchieta resalta también este aspecto:

 “Lo despedazan con grandísimo regocijo, más que todo de las mujeres, las cuales andaban cantando y bailando”.

Jean de Léry es más sintético en las informaciones de este proceso de fraccionamiento: “Luego después el dueño de la víctima y algunos ayudantes abren el cuerpo y lo despresan”. Claude d’Abbeville es más preciso en los pasos seguidos para la preparación del cuerpo: 

Se aproximan entonces las mujeres, agarran el cadáver y lo lanzan al fuego hasta que se queman todos los pelos.
 Lo retiran entonces y lo lavan con agua caliente. 
Después de estar bien limpio y calvo, le abren el vientre y retiran las entrañas.
 Lo cortan enseguida en pedazos y lo ahúman o lo asan.

Otros grabados hechos por De Bry para la Americæ Tertia Pars sobre episodios de fraccionamiento del cuerpo de la víctima para el festín coinciden en todos los casos con las narrativas de Staden y Léry, al indicar que esta función era realizada específicamente por hombres. 

En el grabado, se puede destacar la presencia de una pequeña hacha en la mano de un indio para desmembrar el cuerpo del sacrificado. 

Jean de Léry se refiere a la presencia de esta herramienta entre los tupinambás: 

Después de la llegada de los cristianos a ese país, comenzaron los salvajes a cortar y tasajear el cuerpo de los prisioneros, animales y otras presas con hachas y herramientas dadas por los extranjeros, lo que hacían antes con piedras afiladas, como me fue dicho por un anciano.
El hacha de metal es un elemento ajeno al contexto tupinambá, por lo menos en los primeros tiempos; solo con el contacto con portugueses y franceses los indios comenzaron a obtener herramientas en metal60. Las imágenes del fraccionamiento  del cuerpo con un hacha recorren toda la iconografía de la antropofagia. 

El hacha ya aparece en las primeras imágenes de la antropofagia del Nuevo Mundo y sus habitantes: en la edición de la Lettera de Vespuccio de 1509, en las carnicerías de cinocéfalos de Lorenz Fries, en los caníbales de Münster, en los xilograbados de descuartizamiento y consumo de Las Singularidades de la Francia Antártica.

(1557), de Thevet, y aun en varios grabados de Theodoro De Bry de la Americæ Tertia Pars y de la Brevis Narratio.

Los dos últimos grabados muestran la preparación y consumo de la víctima del sacrificio: costillas, piernas y brazos son asados, mientras que otras partes, como vísceras, son cocinadas. Las imágenes aterradoras y macabras muestran cómo todos los tupinambás participan del festín: jóvenes y viejos, hombres, mujeres y niños.

 El grabado sobre el consumo de las vísceras revela una escena formada por nueve voluptuosas mujeres sentadas en círculo, junto con sus hijos: tres niñas y seis niños que se alimentan de la papilla hecha con tripas de ser humano, ya que los músculos eran destinados a los guerreros de la tribu (Figura 4). Si la escena no tuviera la cabeza desprendida en un plato y las vísceras en otro, recordaría un episodio cotidiano y familiar, aunque la presencia de la cabeza confiere un carácter aterrador y siniestro al grabado.

De Bry basó esta imagen en otra anterior, hecha para la edición ilustrada de la narrativa de viaje de Hans Staden, en 1557. En el xilograbado original no aparece la cabeza del difunto en el plato, esta adición pertenece a De Bry y fue inspirada en 
los xilograbados con cabezas tajadas de las narrativas de Thevet. 

Sobre el consumo de las vísceras por mujeres y niños, Hans Staden, en el Viaje al Brasil, dice que lo siguiente: “Las mujeres guardan los intestinos, los cocinan y del caldo hacen una sopa que se llama mingau, que ellas y los niños beben, comen los intestinos y también la carne de la cabeza; los sesos, la lengua y lo demás que haya será para los niños”.


Thevet también coincide en esta cuestión: 

“generalmente las mujeres comen las entrañas”.

La última imagen relacionada con el festín muestra carne humana asada en el moquém y devorada por los indios y es también una de las imágenes más 
macabras e impresionantes de la Americæ Tertia Pars.

 El grabado muestra detalladamente miembros fraccionados de varios cuerpos de víctimas puestos a asar en el moquém . Los tupinambá están en el medio del banquete: 

Hombres, mujeres y niños, todos degustando partes de este festín: mujeres viejas lamen sus dedos para no perder nada del terrible manjar y hasta un niño chupa una mano cortada, mientras en el plano de fondo un Hans Staden asustado parece cuestionar las acciones de los indios. Léry señala que: “Todas las partes del cuerpo, inclusive las tripas, después de ser bien lavadas, son colocadas al humo, en torno al cual las mujeres, principalmente las golosas viejas, se reúnen para recoger la grasa que escurre por las varas de esas grandes y altas parrillas de madera".
En lo que respecta al uso de grasa y consumo de sangre por parte de las índias, el padre Anchieta, en una carta de 1565 al general Diogo Lainez, describe que: 

“Otras se untaban las manos con la grasa y andaban untando las caras y bocas de las otras, y tal había que cogía la sangre con las manos y la lamía, espectáculo abominable, de manera que tuvieron una buena carnicería con que hartarse”.

En el grabado de De Bry, a diferencia de lo informado en el relato de Staden, no aparecen tripas asadas. Claude D’Abbeville, en la Historia de la Misión de los

Padres Capuchinhos, hace una descripción muy próxima de la imagen del grabado de De Bry: 

Encienden fuego debajo de la parrilla sobre la cual colocan todos los pedazos del pobre cuerpo descuartizado: cabeza, tronco, brazos y costillas, sin olvidar piernas,manos pies, inclusive entrañas o parte de ellas, dejando el resto para el caldo. Nada pierden, en suma, y tienen cuidado de voltear constantemente los pedazos para asarlos bien; y aprovechan además la grasa que escurre por las varas y lamen la que el coagula en las horquillas. Todo bien cocido y asado, comen los bárbaros esa carne Humana con increíble apetito.




Sobre lo poco que se sabe de la distribución de las partes del cuerpo de la víctima, Florestan Fernández aclara que: 

Los actos canibalísticos no se limitaban a un sector social determinado, a la comunidad de los guerreros o de los ancianos: eran colectivos, y participaban de ellos, de una manera o de otra, niños y adultos, hombres y mujeres. Los niños, los Jóvenes de ambos sexos y las mujeres en general tomaban parte del banquete colectivo a través de la ingestión del mingau, hecho con el intestino y con otros órganos de la víctuma. Los hombres adultos, es decir, los avá y tujuaé, devoraban las demás partes del cuerpo después de ahumadas.

Así, que la india coma un brazo contradice las informaciones dadas por Thevet y Staden, en las cuales las mujeres consumían las vísceras y no los miembros y músculos (brazos o piernas), que eran reservados a los guerreros.


 Las indias del festín contradirían el grabado anterior que muestra mujeres y niños consumiendo la papilla hecha con las vísceras e intestinos.


 El grabado sobre la preparación de la carne humana en el moquém de la AmericæTertia Pars, en el cual hombres y mujeres tupinambá devoran un cuerpo cortado, arroja varias dudas con relación al número de indios que participaba de estos rituales y de la cantidad de carne humana consumida. Si creemos en el grabado de De Bry, once tupinambás, cuatro mujeres, seis hombres y un niño, estarían devorando las partes humanas de por lo menos tres prisioneros. 

Esto puede comprobarse al contar los brazos fraccionados: la india joven muerde uno; el guerrero que tiene un collar devora el segundo; otros dos brazos están siendo asados en la barbacoa, mientras el niño chupa los dedos de una mano; para un total de cinco manos, lo que daría tres víctimas para alimentar once tupinambás. 

Léry registra millares participado: “Todas las aldeas circunvecinas son avisadas del día de la ejecución y pronto comienzan a llegar de todos lados (…) allí se reúnen en torno de él, algunas veces en número de tres a cuatro mil”. Fray Vicente del Salvador dice que: “entonces ordenan grandes fiestas y juntas de parientes y amigos llamados desde treinta y cuarenta leguas”.

De ese modo, ¿cuántas víctimas tendrían que ser sacrificadas para que todos fueran alimentados? 

Hans Staden y Gabriel Soares de Souza también indican que algunas partes eran guardadas para ser consumidas después. Esto indica que la carne aun sobraba. Con certeza, la imagen del grabado de Theodoro De Bry no puede ser tomada de forma literal. Entre tanto, Jean de Léry confirma que a veces era necesario más de un prisionero para las ceremonias: 

En cuanto a la carne del prisionero, o de los prisioneros, porque a veces matan dos o tres en un solo día (…) todos los que asisten al fúnebre sacrificio se reúnen en torno a las hogueras, contemplándolos con feroces miradas, y por grande que sea el número de los convidados, ninguno sale de allí sin su pedazo.

Theodoro De Bry tendría en cuenta las indicaciones de Léry para componer los rostros feroces de los indios de los grabados, específicamente cuando los tupinambás están devorando carne humana. La necesidad de repartir parte de la víctima entre muchos comensales justificaría, por un lado, el sacrificio de más de un prisionero y, por otro lado, la razón de consumir el cuerpo en su totalidad “asado y cocido y completamente devorado”.

Pero la duda continúa: ¿cómo consigue el cuerpo de una o dos víctimas rendir para alimentar la población de varias aldeas que se reúnen para el ritual antropofágico? 

El padre Vasconcellos, en la Crónica de la Compañía de Jesús, explica cómo los indios consumían una víctima de manera que alcanzara para todos: 

Entra el principal Almotacel a repartir la carne del difunto. A esta la manda dividir en tantas partes [de forma] que todos puedan alcanzar un poco de la cocción como es imposible que lleguen a probar mil almas de la carne de un solo cuerpo, se coce muchas veces un solo dedo de la mano, o del pie, en un gran asado, hasta ser bien diluido y después se reparte el caldo en tan pequeña cantidad a cada uno, de manera que pueda decir verdaderamente que bebió por lo menos del caldo donde fue cocida aquella parte de su contrario

Fray Vicente Salvador también coincide con la información de Vasconcellos: “del caldo hacen grandes recipientes de migajas y papillas de harina de carimã, para suplir la falta de carne y poder llegar a todos”. 

Sobre la preparación del caldo para alimentar a gran cantidad de indios, Métraux especifica que: 

Cuando el número de convidados era tan considerable que no permitía la distribución, a cada uno, de parte de la carne, los indígenas cocían el pie, las manos, o también un dedo del cadáver en una olla, y todos podían, entonces, probar el caldo. Si había, por el contrario, abundancia de carne, el excedente del banquete era preparado y guardado en espera de otro festín. Los huéspedes llevaban a casa pedazos de carte y, apenas llegaban a la aldea, organizaban una nueva borrachera para concluir el banquete. Si el jefe de la aldea estaba ausente, no olvidaban los indios de guardarle su parte.

Este grabado de la preparación de los miembros en el moquém, junto con el de las mujeres que raspan la piel del prisionero, sigue las descripciones de las narrativas de Staden y Léry, pero no sus estampas. Estos dos grabados permiten percibir elementos originales propios de Theodoro De Bry y en este último grabado el flamenco se toma más libertades y se distancia de las informaciones dadas por los cronistas. Si en los otros grabados de la Americæ Tertia Pars De Bry registra la presencia de un ritual mágico-religioso, la estampa de la preparación de la carne humana en el moquém está relacionada con la idea del banquete caníbal, o sea, los Indios consumen carne humana por puro placer gastronómico: los tupinambás muerden con avidez brazos y piernas, un niño consume una mano y las viejas indias chupan la sangre y la grasa untada en sus propios dedos. 

La imagen del banquete que Theodoro De Bry hace para la Americæ Tertia Pars extrapola los esquemas rituales, aproximándose a las imágenes de las cocinas caníbales de Holbein, Münster y Fries. Una estampa en especial inspirará y marcará profundamente los grabados de De Bry sobre la preparación y consumo del cuerpo: la del Descuartizamiento y consumo de la víctima hecha para la edición de 1557 de la obra Singularidades de la Francia Antártica de Thevet

Aquí, dos hombres son desmembrados y sus mies

mbros, cortados con hacha y puestos a asar en una barbacoa. Una mujer agachada retira las vísceras de un cuerpo decapitado, mientras un niño “juega” con una cabeza cortada. Tanto el grabado de Thevet como el de De Bry recurren a la tradición iconográfica sobre antropofagia, como bien lo destaca Frank Lestringant: 

Hay varios elementos de fantasía en esta composición de conjunto bastante tradicional: los carniceros nudistas, armados de machetes, y la cabeza en la punta de una lanza que sale de una ventana, presentes en las viñetas gravadas de la Cosmografía Universal de Sébastien Münster, en las cuales los taurocitos, tártaros, caníbales y otros pueblos bárbaros de los confines intercambiaron sus respectivos atributos. Los niños que juegan a la bola con la cabeza del muerto van a inspirar el teatro macabro escenificado por Théodor de Bry.


En el grabado de la preparación y consumo del cuerpo asado en el moquém,Theodoro de Bry sigue la tradición pictórica de la antropofagia, colocando seres humanos con apariencia monstruosa que devoran miembros humanos, imágenes constantes en las representaciones medievales y en la iconografía de la antropofagia del Nuevo Mundo. Los impresionantes grabados de Theodoro de Bry muestran elementos superficiales del ceremonial de “destrucción”80 del enemigo, un ritual mucho más complejo y amplio, según especialistas como Metraux y Florestan Fernandes. Esa práctica de ingestión de carne humana como venganza formaría parte de un hecho más amplio, que está vinculado a la guerra y que atravieza todos los ámbitos de la sociedad tupinambá. Jean de Léry indicaba que la venganza era la principal razón para devorar al enemigo, un profundo odio y no el placer gastronómico: 

Mas no comen la carne, como podríamos pensar, por simple gula, pues aunque confiesan que la carne humana es sabrosísima, su principal intento es causar temor a los vivos. Los mueve la venganza, salvo en el caso de las viejas, como ya observé. Por eso, para satisfacer su sentimiento de odio devoran todo del prisionero, desde los dedos de los piés hasta la nariz y la cabeza, con excepción, sin embargo, de los sesos, los que no tocan.

 

Aucardo.C.Y (2005)EL FESTÍN ANTROPOFÁGICO DE LOS INDIOS TUPINAMBÁ EN LOS GRABADOS DE THEODORO DE BRY, 1592.Fronteras de la historia, número 010. Instituto Colombiano de Antropología e Historia, ICANH: Bogotá, Colombia pp. 19-82

 Dr. Lauren Kilroy-Ewbank, "Inventing" America ", The Engravings of Theodore de Bry", en Smarthistory , 18 de mayo de 2019, consultado el 5 de septiembre de 2020, https://smarthistory.org/engravings- theodore-de-bry / .

JeanDelumeau, História do Medo no Ocidente, 1300-1800. Uma cidade sitiada (São Paulo: Companhia das Letras, 1989), 347 y Raminelli, Imagens, 102.

Vasconcellos, Chronica, Libro 1, 132, 53. TE.


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