El canibalismo fue (y sigue siendo) comúnmente asociado con ciertos pueblos indígenas de las Américas. En la serie de de Bry, su tercer volumen relata las experiencias de canibalismo de Hans Staden en Brasil. Los grabados de De Bry para este volumen se encuentran entre los más conocidos de finales del siglo XVI y principios del XVII, en gran parte debido a su carácter espantoso y sensacionalista. Tenga en cuenta que la impresión de De Bry, "Los indios vierten oro líquido en la boca de un español", también puede representar el canibalismo entre las figuras que se muestran al fondo.
Staden, un soldado alemán que viajó a Sudamérica, había sido capturado en 1553 por los tupinambá, un grupo indígena de Brasil. Después de su regreso a Europa en 1557, escribió sobre las costumbres, la vida familiar y el canibalismo de los tupinambá, describiendo cómo los tupinambá lo practicaban ceremonialmente, especialmente comiéndose a sus enemigos. El libro inicial de Staden incluía simples grabados en madera, pero los grabados actualizados de De Bry demostraron ser mucho más populares y perdurables en la imaginación cultural europea. Las percepciones de los indígenas brasileños fueron moldeadas por estas imágenes y reforzaron la noción de que los tupinambá y otros como ellos eran depravados, primitivos y pecadores.
Una de sus imágenes muestra a adultos y niños desnudos bebiendo un caldo hecho con una cabeza e intestinos humanos, visibles en platos en medio de la reunión de personas. Otra representación del Tupinamba muestra un fuego debajo de una parrilla, sobre la cual se asan partes del cuerpo. Las figuras rodean la parrilla, comiendo. En la parte de atrás hay una figura barbuda, probablemente destinada a ser Staden. Las versiones coloreadas a mano de las impresiones de de Bry enfatizan aún más el tema inquietante de las imágenes.
El canibalismo llegaría a estar estrechamente asociado con los pueblos de las Américas. De Bry incluso usaría imágenes de caníbales para servir como el frontispicio grabado del volumen 3. Mostrar a los tupinambá comiendo carne humana los exotizaba y justificaba el control europeo.
Tupinambá corresponde a una denominación colonial usada por los cronistas del siglo XVI y XVII para identificar a las tribus tupis que vivían en la costa del Brasil y también a una de esas “naciones”, como se anota en el Dicionário del Brasil Colonial:
Los tupinambás o tupis no eran homogéneos, y formaban, según los cronistas, “naciones”, “castas” o “generaciones” que frecuentemente luchaban entre sí y se localizaban en puntos distintos del litoral. Los carijós eran una rama de los guaraníes y se establecían entre la laguna de los Patos y Cananéia; los tupiniquis se expandían por la altiplanicie y el litoral de São Paulo; los tupinambá propiamente dichos o tamoios se ubicaban entre el litoral norte paulista, el valle del Paraíba y Cabo Frío; los temiminós, en la bahía de Guanabara. Entre Espíritu Santo y Bahía, los indios fueron también denominados genéricamente tupiniquins; el territorio entre Bahía y la hoz del San Francisco era también dominado por los tupinambás; en cuanto a los potiguares, se distribuian por la costa del noreste hasta Ceará. En el siglo XVII, los colonos encontraron tupinambás en el Marañón, en Pará y en la isla de Tupinambarana, en el medio Amazonas.
Desde las primeras descripciones de Colón y Vespuccio, los caribes de las Antillas y los tupinambá de la costa brasileña pasaron a ser conocidos por sus prácticas antropofágicas, como anota Metraux:
La antropofagia es una costumbre característica de los caribes y de los tupí-guaranís. Todas las tribus de esta última familia lingüística, a propósito de la cual estamos tan mal informados, se consideran como antropófagas.
En los siglos XVI y XVII, la antropofagia fue descrita detalladamente por los cronistas que visitaron estas tierras. Portugueses, franceses, holandeses, alemanes y hasta las cartas de los jesuitas dieron espacio en sus narrativas para describir estas prácticas, consideradas abominables. Ya en las primeras décadas del siglo XVI, la iconografía mostró esos terribles banquetes caníbales practicados por los Tupinambá en las estampas de las ediciones de viajes. En la cartografía, a partir de Waldseemüller y Fries, estas imágenes aterradoras invadieron los mapas de las tierras del Brasil.
El gran apogeo de esta iconografía sobre el canibalismo fue alcanzado en los detallados grabados hechos por Theodoro De Bry para la tercera parte de su colección de viajes sobre América. Las imágenes basadas en la narrativa de Hans Staden sobre la captura y, especialmente, la ejecución de la víctima por los tupinambás representan el clímax de la Americæ Tertia Pars. Cinco estampas muestran la ejecución, la muerte y el consumo de la víctima por los tupinambá. En la primera aparecen indias desnudas, voluptuosas, que se muestran ansiosas al morder sus propias manos y brazos. Dos concentraciones de indios a la izquierda y a la derecha asisten a la ejecución del prisionero.
Un hombre desnudo amarrado a una cuerda en el centro de la composición ysujetado por dos guerreros con escudos parece desafiar a su verdugo antes de ser sacrificado con un golpe de tacape, dado por el guerrero tupinambá, adornado a la izquierda del grabado.
Tacape: arma usada por algunos grupos amerindios, entre ellos, los tupinambá. Era una especie de espada o maza de madera más ancha en uno de sus extremos.
El relato de Hans Staden describe la escena así:
Aquel que debe matar al prisionero le pega en la cabeza y dice: “Sí, aquí estoy, te quiero matar, porque los tuyos también mataron a muchos de mis amigos y los devoraron”. El otro le responde: “Después de muerto, tengo todavía muchos amigos que ciertamente me han de vengar”. Entonces le da el matador un golpe en la nuca.
El fragmento de la descripción de Staden justifica la “extraña” postura desafiadora de la víctima ante su verdugo en el grabado y la reafirmación del carácter de venganza de la ejecución. Jean de Léry también registra el diálogo entre la víctima y el verdugo, así como la relación de venganza entre los dos:
“Yo no estoy para fingir, fui, en efecto, valiente y asalté y vencí vuestro país y os comí”. Y así continúa, hasta que su adversario, listo a matarlo, exclama: “Ahora estás en nuestro poder y serás muerto por mí y ahumado y devorado por todos”.
La víctima entonces responde:
“Mis parientes me vengarán”.
El salvaje encargado de la ejecución levanta entonces un tacape con ambas manos y descarga tal golpe en la cabeza del pobre prisionero que cae redondo muerto, sin querer mover brazos y piernas.
“generalmente las mujeres comen las entrañas”.
Padres Capuchinhos, hace una descripción muy próxima de la imagen del grabado de De Bry:
Encienden fuego debajo de la parrilla sobre la cual colocan todos los pedazos del pobre cuerpo descuartizado: cabeza, tronco, brazos y costillas, sin olvidar piernas,manos pies, inclusive entrañas o parte de ellas, dejando el resto para el caldo. Nada pierden, en suma, y tienen cuidado de voltear constantemente los pedazos para asarlos bien; y aprovechan además la grasa que escurre por las varas y lamen la que el coagula en las horquillas. Todo bien cocido y asado, comen los bárbaros esa carne Humana con increíble apetito.
Sobre lo poco que se sabe de la distribución de las partes del cuerpo de la víctima, Florestan Fernández aclara que:
Los actos canibalísticos no se limitaban a un sector social determinado, a la comunidad de los guerreros o de los ancianos: eran colectivos, y participaban de ellos, de una manera o de otra, niños y adultos, hombres y mujeres. Los niños, los Jóvenes de ambos sexos y las mujeres en general tomaban parte del banquete colectivo a través de la ingestión del mingau, hecho con el intestino y con otros órganos de la víctuma. Los hombres adultos, es decir, los avá y tujuaé, devoraban las demás partes del cuerpo después de ahumadas.
Así, que la india coma un brazo contradice las informaciones dadas por Thevet y Staden, en las cuales las mujeres consumían las vísceras y no los miembros y músculos (brazos o piernas), que eran reservados a los guerreros.
Las indias del festín contradirían el grabado anterior que muestra mujeres y niños consumiendo la papilla hecha con las vísceras e intestinos.
El grabado sobre la preparación de la carne humana en el moquém de la AmericæTertia Pars, en el cual hombres y mujeres tupinambá devoran un cuerpo cortado, arroja varias dudas con relación al número de indios que participaba de estos rituales y de la cantidad de carne humana consumida. Si creemos en el grabado de De Bry, once tupinambás, cuatro mujeres, seis hombres y un niño, estarían devorando las partes humanas de por lo menos tres prisioneros.
Esto puede comprobarse al contar los brazos fraccionados: la india joven muerde uno; el guerrero que tiene un collar devora el segundo; otros dos brazos están siendo asados en la barbacoa, mientras el niño chupa los dedos de una mano; para un total de cinco manos, lo que daría tres víctimas para alimentar once tupinambás.
Léry registra millares participado: “Todas las aldeas circunvecinas son avisadas del día de la ejecución y pronto comienzan a llegar de todos lados (…) allí se reúnen en torno de él, algunas veces en número de tres a cuatro mil”. Fray Vicente del Salvador dice que: “entonces ordenan grandes fiestas y juntas de parientes y amigos llamados desde treinta y cuarenta leguas”.
De ese modo, ¿cuántas víctimas tendrían que ser sacrificadas para que todos fueran alimentados?
Hans Staden y Gabriel Soares de Souza también indican que algunas partes eran guardadas para ser consumidas después. Esto indica que la carne aun sobraba. Con certeza, la imagen del grabado de Theodoro De Bry no puede ser tomada de forma literal. Entre tanto, Jean de Léry confirma que a veces era necesario más de un prisionero para las ceremonias:
En cuanto a la carne del prisionero, o de los prisioneros, porque a veces matan dos o tres en un solo día (…) todos los que asisten al fúnebre sacrificio se reúnen en torno a las hogueras, contemplándolos con feroces miradas, y por grande que sea el número de los convidados, ninguno sale de allí sin su pedazo.
Theodoro De Bry tendría en cuenta las indicaciones de Léry para componer los rostros feroces de los indios de los grabados, específicamente cuando los tupinambás están devorando carne humana. La necesidad de repartir parte de la víctima entre muchos comensales justificaría, por un lado, el sacrificio de más de un prisionero y, por otro lado, la razón de consumir el cuerpo en su totalidad “asado y cocido y completamente devorado”.
Pero la duda continúa: ¿cómo consigue el cuerpo de una o dos víctimas rendir para alimentar la población de varias aldeas que se reúnen para el ritual antropofágico?
El padre Vasconcellos, en la Crónica de la Compañía de Jesús, explica cómo los indios consumían una víctima de manera que alcanzara para todos:
Entra el principal Almotacel a repartir la carne del difunto. A esta la manda dividir en tantas partes [de forma] que todos puedan alcanzar un poco de la cocción como es imposible que lleguen a probar mil almas de la carne de un solo cuerpo, se coce muchas veces un solo dedo de la mano, o del pie, en un gran asado, hasta ser bien diluido y después se reparte el caldo en tan pequeña cantidad a cada uno, de manera que pueda decir verdaderamente que bebió por lo menos del caldo donde fue cocida aquella parte de su contrario
Fray Vicente Salvador también coincide con la información de Vasconcellos: “del caldo hacen grandes recipientes de migajas y papillas de harina de carimã, para suplir la falta de carne y poder llegar a todos”.
Sobre la preparación del caldo para alimentar a gran cantidad de indios, Métraux especifica que:
Cuando el número de convidados era tan considerable que no permitía la distribución, a cada uno, de parte de la carne, los indígenas cocían el pie, las manos, o también un dedo del cadáver en una olla, y todos podían, entonces, probar el caldo. Si había, por el contrario, abundancia de carne, el excedente del banquete era preparado y guardado en espera de otro festín. Los huéspedes llevaban a casa pedazos de carte y, apenas llegaban a la aldea, organizaban una nueva borrachera para concluir el banquete. Si el jefe de la aldea estaba ausente, no olvidaban los indios de guardarle su parte.
Este grabado de la preparación de los miembros en el moquém, junto con el de las mujeres que raspan la piel del prisionero, sigue las descripciones de las narrativas de Staden y Léry, pero no sus estampas. Estos dos grabados permiten percibir elementos originales propios de Theodoro De Bry y en este último grabado el flamenco se toma más libertades y se distancia de las informaciones dadas por los cronistas. Si en los otros grabados de la Americæ Tertia Pars De Bry registra la presencia de un ritual mágico-religioso, la estampa de la preparación de la carne humana en el moquém está relacionada con la idea del banquete caníbal, o sea, los Indios consumen carne humana por puro placer gastronómico: los tupinambás muerden con avidez brazos y piernas, un niño consume una mano y las viejas indias chupan la sangre y la grasa untada en sus propios dedos.
La imagen del banquete que Theodoro De Bry hace para la Americæ Tertia Pars extrapola los esquemas rituales, aproximándose a las imágenes de las cocinas caníbales de Holbein, Münster y Fries. Una estampa en especial inspirará y marcará profundamente los grabados de De Bry sobre la preparación y consumo del cuerpo: la del Descuartizamiento y consumo de la víctima hecha para la edición de 1557 de la obra Singularidades de la Francia Antártica de Thevet
Aquí, dos hombres son desmembrados y sus mies
mbros, cortados con hacha y puestos a asar en una barbacoa. Una mujer agachada retira las vísceras de un cuerpo decapitado, mientras un niño “juega” con una cabeza cortada. Tanto el grabado de Thevet como el de De Bry recurren a la tradición iconográfica sobre antropofagia, como bien lo destaca Frank Lestringant:
Hay varios elementos de fantasía en esta composición de conjunto bastante tradicional: los carniceros nudistas, armados de machetes, y la cabeza en la punta de una lanza que sale de una ventana, presentes en las viñetas gravadas de la Cosmografía Universal de Sébastien Münster, en las cuales los taurocitos, tártaros, caníbales y otros pueblos bárbaros de los confines intercambiaron sus respectivos atributos. Los niños que juegan a la bola con la cabeza del muerto van a inspirar el teatro macabro escenificado por Théodor de Bry.
En el grabado de la preparación y consumo del cuerpo asado en el moquém,Theodoro de Bry sigue la tradición pictórica de la antropofagia, colocando seres humanos con apariencia monstruosa que devoran miembros humanos, imágenes constantes en las representaciones medievales y en la iconografía de la antropofagia del Nuevo Mundo. Los impresionantes grabados de Theodoro de Bry muestran elementos superficiales del ceremonial de “destrucción”80 del enemigo, un ritual mucho más complejo y amplio, según especialistas como Metraux y Florestan Fernandes. Esa práctica de ingestión de carne humana como venganza formaría parte de un hecho más amplio, que está vinculado a la guerra y que atravieza todos los ámbitos de la sociedad tupinambá. Jean de Léry indicaba que la venganza era la principal razón para devorar al enemigo, un profundo odio y no el placer gastronómico:
Mas no comen la carne, como podríamos pensar, por simple gula, pues aunque confiesan que la carne humana es sabrosísima, su principal intento es causar temor a los vivos. Los mueve la venganza, salvo en el caso de las viejas, como ya observé. Por eso, para satisfacer su sentimiento de odio devoran todo del prisionero, desde los dedos de los piés hasta la nariz y la cabeza, con excepción, sin embargo, de los sesos, los que no tocan.
Aucardo.C.Y (2005)EL FESTÍN ANTROPOFÁGICO DE LOS INDIOS TUPINAMBÁ EN LOS GRABADOS DE THEODORO DE BRY, 1592.Fronteras de la historia, número 010. Instituto Colombiano de Antropología e Historia, ICANH: Bogotá, Colombia pp. 19-82
Dr. Lauren Kilroy-Ewbank, "Inventing" America ", The Engravings of Theodore de Bry", en Smarthistory , 18 de mayo de 2019, consultado el 5 de septiembre de 2020, https://smarthistory.org/engravings- theodore-de-bry / .
JeanDelumeau, História do Medo no Ocidente, 1300-1800. Uma cidade sitiada (São Paulo: Companhia das Letras, 1989), 347 y Raminelli, Imagens, 102.
Vasconcellos, Chronica, Libro 1, 132, 53. TE.
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