A pesar de su origen noble, Maximiliano no era el primogénito por lo que no albergaba muchas esperanzas de obtener el trono austro-húngaro. Sin embargo, aun así recibió una rigurosa educación militar. Además, fue capaz de aprender distintos idiomas como el francés, inglés, polaco e italiano –estos aunados a sus idiomas natales, el alemán y el húngaro.
Fernando Maximiliano José María de Habsburgo-Lorena. Nació el 6 de julio de 1832 en el Palacio de Schönbrunn en Viena, Austria. Sus padres fueron el archiduque Francisco Carlos de Austria y Sofía de Baviera –aunque hay quienes le atribuyen la paternidad a Napoleón II.
Debido a su formación militar, Maximiliano se vio forzado a servir en la Armada. Mientras esto sucedía, en 1852, hizo una parada en Portugal donde conoció a la princesa Amalia. El matrimonio no se concretó debido a que Amalia murió de tuberculosis a principios de 1853.
en 1854 fue nombrado comandante de la Marina de Guerra Imperial y Real de Austria-Hungría. Pasó el tiempo, y, 3 años después de que Amalia falleciera y gracias a intereses políticos, el rey belga Leopoldo I de Sajonia-Coburgo y Saalfeid, aceptó que su única hija, Carlota Amalia de Bélgica, se casara con Maximiliano.
Finalmente, Maximiliano recibió el cargo de virrey del Reino Lombardo-Véneto. Aun así, para el padre de Carlota no era suficiente.En 1859, después de que Austria perdiera el dominio de Lombardo, Maximiliano perdió su cargo. Pese a las críticas y habladurías, Maximiliano decidió dedicarse al cultivo de actividades humanísticas.
Sin embargo, la tranquilidad de Fernando fue interrumpida de pronto. Napoleón III había invadido a México en 1861 aprovechando que Estados Unidos atravesaba la Guerra de Secesión.
Después de pensar cuidadosamente y quizá influido por la presión de su suegro y de su esposa esto puede apreciarse en la obra Corona de sombra escrita por Rodolfo Usigli, Maximiliano finalmente aceptó la Corona entre 1863 y 1864. Fue así como inicio el Segundo Imperio Mexicano –el primero fue el de Agustín de Iturbide y a la vez el último.
De esta manera, el ya emperador de México, fue apoyado por la élite católica y conservadora mientras el sector popular y liberal estaba del lado de Juárez. Sin embargo, contrario a los intereses de los conservadores, Maximiliano comenzó a realizar una serie de políticas de carácter liberal. Incluso empezó a promover la libertad de culto y a ratificar las Leyes de Reforma de Juárez.
Poco a poco, Maximiliano perdió el apoyo no solo de la élite mexicana sino del propio Napoleón. Tiempo después, en México estalló una guerra civil en contra del Imperio impuesto. Casi de inmediato, Carlota salió del país con el fin de pedir ayuda en Francia y Roma. No obstante, su objetivo se vio interrumpido por un ataque de locura. Debido a esto, fue recluida en Tervueren, Bélgica.Finalmente, El Segundo Imperio Mexicano cayó en 1867.
Fusilamiento
El 19 de junio de 1867, el Archiduque Maximiliano de Habsburgo, fue fusilado en el Cerro de las Campanas, Querétaro, al lado de los Generales conservadores Miguel Miramón y Tomás Mejía, lo que marcó el fin del Segundo Imperio Mexicano.
Este hecho derivó del conflicto entre imperialistas y republicanos; después de que Maximiliano se enemistara con los conservadores en México y de que Napoleón III retirara sus tropas del territorio del país.
A pesar de que el emperador austriaco pudo abandonar el país, tomó la decisión de quedarse y se dirigió a Querétaro con sus hombres leales para resguardarse de las tropas liberales, que lo siguieron y sitiaron por dos meses.
El General Mariano Escobedo, Comandante del Ejército del Norte, durante el sitio de la plaza, tomó por sorpresa el fuerte de la Cruz, último reducto conservador y persiguió al Emperador Maximiliano y sus Generales hasta el Cerro de las Campanas en donde logro su rendición. Maximiliano y sus Generales fueron hechos prisioneros y sometidos a un Consejo de Guerra efectuado en el Gran Teatro de Iturbide, donde fueron sentenciados a la pena de muerte, por la ley del 25 de enero de 1862, acción realizada el 19 de junio de 1867.
Su fusilamiento provocó controversia. La relevancia histórica de este acontecimiento es la culminación del Segundo Imperio Mexicano y el restablecimiento de la República, después de cinco años de ocupación francesa en territorio mexicano, logrando la restauración de la soberanía nacional y el triunfo mexicano frente a las tropas imperialistas, así como poner fin a la lucha interna causada por las discrepancias para establecer en el país un sistema definitivo.ias en el ámbito nacional e internacional. Muchas personas pidieron el indulto para los acusados, sin embargo, no tuvieron peso a favor durante el juicio, ya que la ejecución se convirtió en un acto simbólico a nivel mundial sobre el respeto a la soberanía y la afirmación del nacionalismo mexicano.
¿El altísimo Maximiliano O el trágico?
El cuerpo fue recogido a las siete de la mañana con cinco minutos del 19 de junio de 1867. Lo envolvieron en una sábana y lo depositaron en un ataúd corriente. Nadie había reparado hasta entonces en su estatura: sólo hasta que intentaron meterlo en el féretro se descubrió que el emperador era demasiado alto, que sus pies no cabían. Un ataúd de madera de pino que, por descuido, nadie tuvo la precaución de que fuera realizado a la medida del condenado. En una macabra escena que pocos pudieron observar, los pies del emperador salían por la parte delantera del cajón, evitando que fuera cerrado en su totalidad.
Por disposición directa del presidente Benito Juárez, la cual fue telegrafiada al general Mariano Escobedo por el ministro Sebastián Lerdo de Tejada la víspera de la ejecución de Maximiliano y sus generales, el cadáver del príncipe austriaco sería depositado, una vez realizada la ejecución, “en un lugar conveniente y seguro, bajo la estricta vigilancia de la autoridad”, para que ahí -“sin rehusarse la presencia de extranjeros”-, sólo médicos mexicanos realizaran el trabajo de embalsamamiento.
El mismo Maximiliano, el 16 de junio de 1867, tres días antes de su fusilamiento, haciendo gala de una enorme sangre fría, habría dictado a su secretario particular, José Luis Blasio, una dirigida a don Carlos Rubio, pidiendo le facilitara el dinero necesario para que su cadáver fuera embalsamado y conducido a Europa.
“Sr. Don Carlos Rubio:
Lleno de confianza me dirijo á Ud. Estando completamente desprovisto de dinero, para obtener la suma necesaria para la ejecución de mi última voluntad.
“Deseo que mi cadáver sea llevado á Europa cerca de la Emperatriz, confío ese cuidado a mi médico el doctor Basch. Ud. le entregará el dinero que necesite para el embalsamamiento y transporte, así como para el regreso de mis servidores á Europa. La liquidación de este préstamo se hará por mis parientes, por la intervención de las casas europeas que Ud. Designe, ó por pagarés enviados á México. El doctor antes citado hará con Ud. Estos arreglos.
“Doy á Ud. Las gracias más anticipadas por este favor que le deberé; envío á Ud. Mis saludos de despedida y deseándole felicidades, quedo suyo, Maximiliano”.Temeroso de que no se acatara su última disposición, la víspera de su fusilamiento el emperador redactó una carta más, dirigida al general Mariano Escobedo.
“Señor General,“Deseo, si es posible, mi cuerpo sea entregado al Sr. barón de Magnus y al Sr. doctor Basch, para que sea conducido á Europa, y el Sr. Magnus se encargará de embalsamarlo, conducirlo y demás cosas necesarias.Maximiliano” .
Sin embargo, ni aún muerto, el descendiente de los Habsburgo pudo gozar de la paz de los sepulcros.
Esa misma mañana los restos fueron enviados al convento de Capuchinas de la ciudad de Querétaro. Los primeros metros del trayecto hacia el edificio anexo a la iglesia de Capuchinas, quedaron marcados por varias gotas de sangre derramada a través de tres gruesos agujeros realizados para este fin en la base del sarcófago.
En “Las calles de Querétaro” (1910), el escritor queretano Valentín F. Frías, simpatizante del Segundo Imperio, describe: “El día 21 (de junio) mi señora madre me llevó al lugar de la ejecución, y ya toda huella de sangre había desaparecido; porque como había tanta piedrecita, el vecindario se había llevado ya, como recuerdo, todas las que se empaparon con la sangre de aquellos valientes” .
El coronel Palacios señaló el cadáver y dijo: “He aquí la obra de Francia”. Colocado sobre una enorme mesa de madera negra (actualmente en posesión del Museo de historia de Querétaro), el cuerpo del emperador fue despojado de su vestimenta: levita y chaleco negros, camisa blanca, pantalón negro, ropa interior, calcetines y botas.
Maximiliano tenía cinco impactos de bala en el pecho y el abdomen. Tenía también un tiro de gracia en el corazón. Se lo había dado, de modo magistral según el periodista Ángel Pola, el futuro esbirro de Victoriano Huerta, apenas un sargento segundo entonces, Aureliano Blanquet. Al caer, Maximiliano se golpeó la frente contra el suelo. Su embalsamador, el doctor Vicente Licea, cubrió la herida con barniz.
Contrario a los deseos expresados por Maximiliano y a pesar de la palabra que el general Escobedo dio al difunto emperador, el gobierno republicano rehusó entregar el cadáver al Barón Magnus -ministro de Prusia- y al Dr. Samuel Basch. Y dispuso que tampoco sería el médico personal de Maximiliano quien se encargaría de su embalsamamiento, sino el ginecólogo Vicente Licea quien, asegurando tener los estudios suficientes en la materia, ocultó ante todos sus personales motivos por realizar este trabajo.
En sus memorias (“Recuerdos de México”), el doctor Basch detalla el estado en que se encontraba el cuerpo de Maximiliano: “Para nada se descompusieron sus facciones. La cabeza quedó ilesa y tenía el pecho atravesado por seis balas. De las seis heridas que le atravesaron el tronco, tres estaban en el vientre bajo y tres en el pecho, casi en la misma línea… …Los soldados hicieron fuego a muy corta distancia, de tal manera que en la autopsia no se halló ninguno de los seis proyectiles”.
Para acallar las diversas versiones que surgieron acerca de la supuesta agonía de Maximiliano, el médico imperial detalladamente escribió: “Las tres heridas del pecho eran mortales por esencia: la primera bala atravesó el corazón de derecha a izquierda; la segunda, al atravesar el ventrículo, hirió los vasos gruesos; la tercera, por fin, atravesó el pulmón derecho. La naturaleza de estas tres heridas induce, pues, a creer que al lucha del Emperador con la muerte hubo de ser brevísisma; y que aquellos movimientos de la mano, que una cruel fantasía interpretó como orden de repetir los tiros, no fueron sino movimientos meramente compulsivos, de aquellos que según las leyes fisiológicas, son consecuencia natural de toda muerte violenta”.
Durante la autopsia, al menor descuido del doctor Basch, el doctor Licea y sus asistentes realizarían los más crueles comentarios: “¡Qué voluptuosidad! –exclamaría uno de ellos- ¡lavarse las manos con sangre de un monarca!”. Durante los siete días que demandó el embalsamamiento, varias personas de sociedad acudieron a Capuchinas para poner en manos del médico albeantes pañuelos que deseaban humedecer en la sangre del archiduque. El coronel Palacios, sin respeto a la muerte, frente a una cubeta llena con las víceras reales, se burlaría: “¡Deberían dársela a los perros”.
Furtivamente y a cambio de unas pocas monedas de oro, durante los ocho días que se realizó el pésimo trabajo de conservación del cuerpo de Maximiliano, tanto el doctor Licea como los guardias permitieron el acceso morboso a decenas de damas y caballeros queretanos deseosos de observar, a detalle, “el divino cadáver de un monarca europeo”.
La princesa Salm Salm, que se había arrodillado ante Juárez para suplicar por la vida del príncipe, visitó al presidente una noche y le dijo que el médico que había embalsamado el cadáver acababa de presentarse en su casa, con un paquete bajo el brazo, para proponerle la venta de los vestidos que el emperador portaba el día de su fusilamiento.
A saber: una banda de seda empapada de sangre, un pantalón negro con los agujeros de las balas que atravesaron el vientre, una camiseta blanca con los tiros que perforaron el pecho, un par de calcetines, una corbata, pelo de la barba y la cabeza, la sábana (lavada) que había envuelto el cadáver, la bala de plomo que desgarró el corazón y una mascarilla de yeso que el propio Licea había mandado a hacer.
El médico le dijo a la princesa que entre los aristócratas de Querétaro “habría podido realizar aquellos objetos en 30 mil pesos”, aunque ahora se conformaría con entregarlos por sólo 15 mil. La princesa contestó: “Conozco a alguna persona que daría probablemente ese precio. Creo conveniente que haga usted una lista de los objetos para poder mostrar el papel”. Licea hizo la lista y la firmó. Con ésa selló también su fatalidad.
Los médicos cortaron tres cuartas partes de la larga barba y parte de la rubia cabellera del austriaco para venderlas a razón de ochenta dólares el mechón. Cantidad mínima a los 15 mil pesos que pagó la princesa Salm Salm al doctor Licea por una mascarilla del muerto.
La ropa ensangrentada, antes de ser entregada al doctor Basch para ser enviada a Europa, le fue prestada al fotógrafo francés Francois Aubert (1829-1906) para llevársela a su estudio y retratarla sobre un perchero. Meses después, las fotografías se venderían por toda la ciudad en forma de postales y hasta juegos de baraja.
Benito Juárez se indignó ante el “vil tráfico” que el médico deseaba hacer con los despojos imperiales y aconsejó a la princesa interponer una demanda en los tribunales. Agnes Salm Salm obedeció. Licea fue detenido y pasó dos años en prisión. El tribunal ordenó que las prendas fueran entregadas a la princesa (era la única persona que las había reclamado), pero ésta había huido del país antes de que se dictara el fallo.
Según un documento que el investigador Ramón del Llano Ibáñez dio a conocer en el libro Miradas de los últimos días de Maximiliano de Habsburgo en la afamada y levítica ciudad de Querétaro durante el sitio de las fuerzas del Imperio en el año de 1867 (Miguel Ángel Porrúa, 2009), el tribunal absolvió a Licea, arguyendo que éste sólo había recogido unas ropas abandonadas y no había cometido crimen alguno: para el juez, después de momificar el cadáver sin recibir ningún pago por sus servicios, Licea se había visto en la necesidad de ofrecer las prendas “por una compasión demasiado mal comprendida hacia aquel andrajo de carne humana que pudo alguna vez llamarse emperador de México”.
¿A dónde habrán ido a parar esas reliquias?
En el tortuoso camino a la capital, el carro que trasladaba los restos del emperador volcó en un arroyo. El embalsamamiento practicado por Licea era tan imperfecto que la momia, además de mojada, llegó a la ciudad de México un poco negra, convertida en un soberano desastre.
El gobierno de Juárez supuso que la Casa Imperial de Austria iba a reclamar el cuerpo, y que éste “tendría que hacer dilatado camino atravesando mares”. Así que ordenó un nuevo embalsamamiento —que ejecutaron los médicos Agustín Andrade, Rafael Ramiro Montaño y Felipe Buenrostro.
La operación fue practicada en la pequeña iglesia del hospital de San Andrés. Ese hospital, fundado en 1779 durante una de las peores epidemias de viruela que hubo en la Nueva España, se hallaba en el mismo terreno en donde hoy se alza el espléndido Museo Nacional de Arte (Tacuba 8). Los religiosos de San Andrés recibieron la orden de desalojar los ornamentos de la iglesia —“el Santísimo, los vasos sagrados y demás paramentos”— en cuanto el cadáver fuera recibido. El pequeño templo quedó convertido en un salón de operaciones quirúrgicas.
El cronista José María Marroqui cuenta que los doctores Andrade, Montaño y Buenrostro, a fin de que los líquidos que aún contenía el cuerpo escurriesen bien, determinaron suspenderlo, “y así lo tuvieron por unos días”. De acuerdo con un testigo, en los primeros días de octubre de 1867 se avisó a Benito Juárez que el embalsamamiento se había consumado. Esa misma noche, en punto de las 12, un carruaje negro se detuvo frente al portón de madera del templo. Acompañado por su ministro Sebastián Lerdo de Tejada, Juárez se presentaba “de incógnito”: al penetrar en el pequeño templo se descubrió la cabeza y enlazó las manos tras la espalda; observó detenidamente a Maximiliano, “sin que le notara dolor ni gozo”, y luego midió el cadáver con la mano derecha.
—Era alto este hombre, pero no tenía buen cuerpo; tenía las piernas muy largas y desproporcionadas dijo.
Un instante después, agregó:
—No tenía talento, porque aunque la frente parece espaciosa, es por la calvicie.
El cadáver de Maximiliano salió de México en la fragata de guerra Novara: la misma que años antes había traído a nuestras playas al emperador.
Marroqui ofrece un relato extraordinario de lo que vino después. Desde que el templo de San Andrés volvió a abrirse al culto se llenó de personajes adictos al Segundo Imperio. “Daban a sus reuniones un aire tumultuario y significativo” —escribe Marroqui—; formaban grupos en la puerta y salpicaban sus conversaciones “con palabras que intencionalmente lastimaban a los transeúntes, cuando eran de ideas distintas”. En esos grupos se afirmaba que habían colgado a Maximiliano para vilipendiarlo, “y pues que no les había sido posible colgarle en vida, lo hicieron después de muerto”. El templo empezó a ser conocido como la Capilla del Mártir. El gobernador Juan José Baz estaba al tanto de aquellas reuniones, aunque sólo se dedicaba a observar.
¿ Y los ojos del emperador?
Los ojos de Maximiliano misteriosamente desaparecieron. Y para llenar las órbitas vacías, se le reemplazaron con los ojos de vidrio que, según detalló el doctor Licea en sus memorias, fueron traídos de la ciudad de México. Sin embargo, hasta la fecha persiste la creencia popular de que los ojos de cristal que se le colocaron al cadáver del emperador le fueron extraídos a una imagen de Santa Úrsula, que actualmente se encuentra expuesta en uno de los descansos del primer piso del Museo de Historia de Querétaro.
Nadie supo jamás qué fue lo que verdaderamente ocurrió con los ojos de Maximiliano. Pero cuenta la leyenda -una de tantas que surgieron a raíz del fusilamiento del espurio emperador- que una mujer, enamorada de la intensa mirada de los Habsburgo, pagó ‘precio de oro’ a los embalsamadores a cambio de los dos ojos que, se decía, conservaba en formol en un lugar muy escondido de casa.
El 18 de junio de 1868, al cumplirse el primer aniversario del fusilamiento en el Cerro de las Campanas de Miguel Miramón, Tomás Mejía y Maximiliano de Habsburgo, los nostálgicos del imperio celebraron una misa en San Andrés. El jesuita Mario Cavalieri dirigió un sermón que se excedió, cuenta Marroqui, no en elogios a los difuntos, sino en acriminaciones al gobierno juarista. Los asistentes a la misa abandonaron el templo “entre sollozos y lágrimas, vomitando improperios”.
Baz impuso al presidente Juárez de los acontecimientos. Al enterarse del contenido del sermón y de la reacción del público, don Benito se acercó al gobernador y le preguntó en voz baja:
—¿No conoce usted a un señor Baz que puede tirar esa capilla?
Baz contestó:
—Sí le conozco, yo se lo diré, y él la tirará.
La noche del 28 del mismo mes la iglesia de San Andrés fue quemada. Marroqui, a quien el mismo gobernador confió la versión (“Puedo responder de la verdad de todo lo referido… me consta por la íntima amistad que me unió con el Sr. Baz”, escribió), sostiene que el funcionario irrumpió en el templo acompañado de un grupo de albañiles, mandó hacer un corte circular en la base de cúpula, metió cuñas de madera empapadas en aguarrás y les prendió fuego. “Todas ardieron a un tiempo, y a un tiempo cedieron todas, desplomándose con gran estrépito”, escribió el cronista.
Pocas veces se puede fechar el nacimiento de una calle con tanta exactitud. A las seis de la mañana del 29 de junio de 1868 el templo de San Andrés se había ido para siempre y en la ciudad se abría el espacio de su calle más reciente. La bautizaron con el nombre de “un héroe egregio”, Felipe Santiago Xicoténcatl, teniente del Batallón de San Blas que en 1847 defendió Chapultepec, y cayó en la falda de dicho cerro.
En 1931, en una casona levantada en el número 9 de esa calle, comenzó a sesionar la Cámara de Senadores que permaneció ahí durante 80 años.
La ciudad nos cuenta historias que a veces no somos capaces de escuchar. En la calle Xicoténcatl, un espacio que media entre el antiguo Senado y el Museo Nacional de Arte, se levanta, desde hace casi medio siglo, una estatua dedicada a Sebastián Lerdo de Tejada: es el recuerdo de la noche de 1868 en que un carruaje se detuvo, y el destino de un templo se decidió.
FRAGMENTO DEL CAPÍTULO I DEL LIBRO "QUERÉTARO INÉDITO" (VOLUMEN I), DE DAVID ESTRADA. ( recuperado de: http://www.davidestrada.org/index.php/queretaro-inedito/18-queretaro-inedito/274-maximiliano-las-penurias-de-un-cadaver ).
Secretaria de la Defensa Nacional (2019) 19 de junio de 1867, fusilamiento de Maximiliano de Habsburgo y los Generales Miramón y Mejía. (recuperado de https://www.gob.mx/sedena/documentos/19-de-junio-de-1867-fusilamiento-de-maximiliano-de-habsburgo-y-los-generales-miramon-y-mejia).
Hernandez,B. ¿Cuanto tiempo se requiere para embalsamar a un emperador? El reino de todos los Días (recuperado de https://reinodetodoslosdias.wordpress.com/tag/tecnicas-de-embalsamamiento-en-el-siglo-xix/ ).
Mauleón,H. (2015) El embalsamiento de Maximiliano ( recuperado de https://www.nexos.com.mx/?p=26107 ).
No hay comentarios.:
Publicar un comentario