jueves, 16 de julio de 2020

Los Resurreccionistas /Ladrones de cadáveres

Houndsditch

Es bien sabido que, desde el comienzo de la Humanidad, ha habido enterramientos rituales. Cada pueblo ha tenido su propia manera de entender la muerte y de tratar los restos corpóreos. En el Antiguo Egipto había expertos momificadores y gigantescas pirámides construidas en honor de un faraón, donde no solo reposaba él con sus riquezas, sino también sus esclavos y sus animales. Los fenicios y cartagineses sacrificaban personas vivas en el horno de su dios Moloch, sobre todo niños (aunque parece que no tantos como hicieron creer los romanos, para manchar su nombre además de exterminarlos). El cristianismo ordena la preservación y enterramiento de los cadáveres, en espera de la resurrección el Día del Juicio Final. Por su parte, el budismo tibetano realiza el llamado entierro celestial, que consiste en partir el cuerpo en pedazos con un gran cuchillo y entregárselo a los buitres.

Eso ha generado también un enorme interés por las tumbas. Una de las mayores ofensas a un pueblo derrotado era dejar que los carroñeros se alimentaran de los cuerpos de sus guerreros muertos, sin otorgarles la adecuada despedida, que garantizaba su descanso eterno. Los formidables tesoros ocultos en las pirámides llevaron al saqueo más despiadado, hasta el punto que resultaba casi un milagro encontrar una tumba egipcia intacta, como cuenta en sus obras Théophile Gautier.
Pero una actividad muy diferente era la de los resurreccionistas, que se dedicaban a robar cuerpos recién enterrados para vendérselos a los anatomistas, lo que resultó muy frecuente en el Reino Unido y ha aparecido en las novelas de autores como Robert Louis Stevenson, Edgar Allan Poe H. P. Lovecraft.
Londres, Siglo XIX, en una de las ciudades más importantes de Europa la medicina experimentaba importantes avances; tan sólo en esa ciudad había 21 facultades; pero para poder estudiar se necesitaban cuerpos y nunca tenían suficientes a su disposición. La donación voluntaria a la ciencia era cada vez más escasa.
Por este motivo, se comienza a crear una red de mercado negro de cadáveres, que pasaba desde su robo en los cementerios más populares, hasta llegar a formar bandas, especialistas en asesinar para conseguirlos.
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Indudablemente para la ciencia de la medicina, la disección de cadáveres para su estudio, era imprescindible.
Por aquel entonces, los cuerpos que se prestaban a dichos estudios eran los de los voluntarios que así lo decidían antes de morir, o los de los criminales condenados a muerte y cuyo cadáver nadie reclamaba.
 Londres Edimburgo eran los núcleos de la actividad anatomista en toda Europa. Su prestigio, y por tanto el número de sus estudiantes, venía avalado por la presencia de profesores famosos, que enseñaban Anatomía sobre cadáveres reales. En aquel tiempo, ni las escuelas ni los maestros precisaban de una licencia oficial para empezar a dar clase, así que resultó un negocio muy rentable. Pero, para eso, hacían falta cadáveres en una cantidad abundante, y el Gobierno no
estaba dispuesto a cedérselos.
Para hacer frente a la escasez de cadáveres legalmente disponibles para la disección, los profesores de las primeras escuelas de anatomía británicas y estadounidenses fueron internándose en terrenos cada vez más pantanosos, y no tardaron en granjearse la fama de gente sin escrúpulos, tipos a los que les llevabas la pierna amputada de tu hijo y se la vendías por una miseria (37 centavos y medio, para ser exactos; al menos ése era el precio que pagaban en Rochester, Nueva York, en 1831). Pero ningún estudiante habría pagado su matrícula para aprender únicamente la anatomía de las piernas y de los brazos. O las escuelas se procuraban cadáveres enteros o corrían el riesgo de que todos sus alumnos se marcharan a las escuelas de anatomía de París, donde se podían usar para la disección los cuerpos no reclamados de los pobres que morían en los hospitales municipales.
Las medidas que siguieron fueron drásticas. No era raro que un anatomista cargara con algún pariente difunto hasta la sala de disección para practicar un poco, antes de llevarlo al cementerio.
Mucho más habitual era la técnica de colarse de noche en el cementerio y desenterrar el cuerpo de algún desconocido para estudiar su morfología. Con el tiempo, este acto llegó a llamarse "robo de cuerpos".
 El robo de cuerpos era un crimen nuevo, distinto del saqueo de tumbas, que implicaba el hurto de las joyas y las reliquias enterradas en las tumbas y panteones de las familias adineradas. Si a uno le pillaban con los gemelos de un muerto, era acusado de saqueador de tumbas, pero estar en posesión del propio muerto no constituía ningún delito. Antes de que se pusieran de moda los estudios anatómicos, no había en el Código Penal referencia alguna a la apropiación indebida de cuerpos de defunción reciente.
El anatomista y cirujano del siglo XVII William Harvey, célebre por haber descubierto el sistema circulatorio humano, merece un reconocimiento aún mayor por ser uno de los pocos médicos de la historia tan entregado a su profesión que llegó a diseccionar a su padre y a su hermana.
Si Harvey llegó a este extremo fue porque las alternativas -robar los muertos de otras familias o renunciar a la investigación anatómica- le resultaban inaceptables. En nuestros días, los estudiantes de medicina que vivían bajo el dominio talibán se enfrentaban a un dilema parecido y en ocasiones llegaron a tomar decisiones similares.

Pero como hemos dicho, para tantas escuelas que había, se hacían cada vez más escasos, y los médicos y estudiantes se vieron en la obligación de intentar conseguir cadáveres por sus propios medios, comprándolos en el mercado negro a los ladrones llamados resurreccionistas.
Al principio el robo de cuerpos fue sumamente fácil. Debido a las enfermedades propias de la época y a la superpoblación que tenía la ciudad en ese momento, los cementerios tenían un número excesivo de cadáveres; algunos se enterraban con una capa muy fina de tierra, por lo que era de gran facilidad poder desenterrarlos.
La razón por la que se enterraban algunos tan en la superficie, era por el miedo a ser enterrados vivos (dado que no se tenían técnicas avanzadas para asegurar la defunción de una persona); algunos ponían una campana fuera de la tumba que iba atada a la mano del difunto, para que éste la hiciese sonar en caso de estar  vivo (de ahí la expresión “salvado por la campana”).
Normalmente para desenterrarlos, usaban una pala de madera, que hacía menos ruido (los robos evidentemente se producían de noche), una vez llegados al ataúd lo rompían, ataban una cuerda al cadáver y tiraban despacio de él. Eran auténticos expertos.
A veces incluso, lo hacían desde lejos, cavando un túnel y deslizándose por él hasta llegar a la tumba.
El robo de cuerpos no estaba penado con cárcel, solo con multas, y además no era un tema que preocupase mucho a las autoridades en principio.
Cada estudiante debía diseccionar 3 cadáveres para poder aprobar, y previamente habrían hecho prácticas y visto como lo hacían sus maestros, así que es fácil suponer el número de ellos que necesitaban.
El robo de cuerpos era un crimen nuevo, distinto del saqueo de tumbas, que implicaba el hurto de las joyas y las reliquias enterradas en las tumbas y panteones de las familias adineradas. Si a uno le pillaban con los gemelos de un muerto, era acusado de saqueador de tumbas, pero estar en posesión del propio muerto no constituía ningún delito. Antes de que se pusieran de moda los estudios anatómicos, no había en el Código Penal referencia alguna a la apropiación indebida de cuerpos de defunción reciente.

Algunos profesores de anatomía explotaban la proverbial inclinación de los estudiantes universitarios por las travesuras nocturnas alentando a sus alumnos a asaltar los cementerios y conseguir cuerpos frescos para las prácticas anatómicas. En ciertas escuelas escocesas del siglo XVIII, este arreglo tomó visos más formales: la matrícula -como refiere Ruth Richardson- podía pagarse en metálico o en cadáveres.

Otros profesores preferían asumir toda la responsabilidad de estos actos ominosos. Y no se trataba de matasanos de dudosa reputación, no, sino de miembros respetabilísimos del gremio. En 1818, el médico de la época colonial Thomas Sewell, que pasaría a la historia como el médico personal de tres presidentes de EEUU y el fundador de la actual Facultad de Medicina de la Universidad George Washington, fue declarado culpable de desenterrar el cuerpo de una joven de Ipswitch, Massachusetts, para usarlo en sus prácticas de disección.
Los resurreccionistas y los medicos. 006DISSECTIONTambién había quien prefería pagar a alguien para que se encargara de hurtar los cuerpos. En 1828 la demanda de las escuelas de anatomía de Londres era tal que podía mantener ocupados a diez ladrones de cuerpos a tiempo completo y a cerca de doscientos más a tiempo parcial durante toda la "temporada" de disección. (A fin de evitar el hedor y la rápida descomposición de los cuerpos durante el verano, las clases de anatomía se impartían de octubre a mayo.) Según un testimonio dado ese mismo año en la Cámara de los Comunes, una banda de seis o siete resurreccionistas -como se les dio en llamar- llegó a desenterrar 312 cuerpos. Sus honorarios ascendían a unos mil dólares al año, una cifra cinco a diez veces más alta que los ingresos medios anuales de un trabajador no cualificado, vacaciones estivales incluidas.
El precio variaba según las condiciones del cuerpo, ya que no podían pasar muchas horas del fallecimiento o ya no sería apto para disección, pero podía alcanzar incluso las 10 libras por un cadáver entero, que en aquel tiempo era una suma importante, muy superior a la de un sueldo habitual. Si se trataba de individuos deformes o con alguna particularidad, como gigantes o enfermos de dolencias desconocidas, su valor se multiplicaba. Así que el número de resurreccionistas creció de manera asombrosa, cada vez más osados y con menos escrúpulos. Los cirujanos eran conscientes de esta actividad y algunos estudiantes participaban de manera directa en los desenterramientos, como recoge Stevenson en su obra.

Era un trabajo inmoral y -qué duda cabe- desagradable, pero puede que al fin y al cabo no fuera tan horrible. Los anatomistas querían cuerpos frescos, con lo que el hedor no debía de representar ningún problema. Un ladrón de cuerpos no tenía que cavar la tumba entera, sino que podía limitarse a descubrir la parte superior. A continuación, sólo tenía que introducir una barra en la ranura del ataúd, levantar la tapa unos treinta centímetros haciendo palanca y pescar el cadáver pasándole una cuerda alrededor del cuello o bajo los brazos. Finalmente, se tapaba el agujero con la tierra que se había amontonado durante la fase de excavación. La operación completa concluía en menos de una hora.

Muchos de estos resurreccionistas habían trabajado de enterradores o de ayudantes en las salas de disección. Así era como habían tomado contacto con las bandas de ladrones de cuerpos. Atraídos por la promesa de unos ingresos elevados y un mejor horario laboral, abandonaban sus actividades legales y se entregaban al oficio del saco y la pala.
En el diario anónimo Diary of a Resurrectionist, el autor no se detiene a comentar el aspecto que tenían los cadáveres o a reflexionar sobre su funesto destino. No alcanza a hablar de los muertos más que para dejar constancia de su tamaño y su sexo, y sólo en raras ocasiones se digna a dedicarles un sustantivo (por lo general, "cosa", como cuando dice que "la cosa está mala", refiriéndose a un "cuerpo descompuesto"). 
Es muy posible, no obstante, que esta forma singular de bordear el tema no se deba sino a la evidente falta de inclinación del hombre por las crónicas prolijas. Como demuestran entradas posteriores del diario, el tipo ni siquiera se molesta en escribir "colmillos" con todas sus letras y usa la abreviatura "clms". (Cuando "la cosa estaba mala", se le extraían los "clms." y otros dientes para vendérselos a dentistas que harían con ellos dentaduras postizas, y evitar así que la operación se saldara sin beneficio alguno.) A hacerse una idea del tipo de la gente de que hablamos basta citar unas pocas entradas del diario anónimo Diary of a Resurrectionist:

Martes, 3 (de Noviembre de 1811): He ido a echar un vistazo y he vuelto con las palas de Bartholow...Butler y yo hemos vuelto ebrios a casa.

Martes, 10: Ebrio todo el día. De noche he salido y he llevado a 5 a (la morgue de) Bunhill Row. Jack casi enterrado.

Viernes, 27: (...)Hemos ido a Harps. Allí hemos pillado uno bien grande y lo hemos llevado a casa de Jack. Jack, Bill y Tom no han venido, estaban emborrachándose.
Las familias protestaron de forma enérgica, reclamando del Gobierno una protección para sus personas fallecidas. La visión general de la disección en los siglos XVIII y XIX era terrorífica, como una manera de mancillar la obra de Dios. Además, si no había cuerpo, ¿cómo iban a resucitar en el Juicio Final? Pero el Gobierno dijo que legalmente los cadáveres no les pertenecían a ellos, así que no podían reclamar nada. De hecho, los resurreccionistas nunca tocaban los objetos materiales que se encontraban en una tumba, para evitar que los detuvieran por robo, y así los policías solían ignorar a los muchos que se cruzaban cada noche, lo cual aumentó el enfado de la población. Las únicas opciones que quedaban para evitar esta actividad eran vigilar los cementerios, mediante torreones y guardias pagados, o a veces los propios familiares, formando patrullas ciudadanas ; y proteger las tumbas, cubriéndolas con rejas o con grandes piedras. Los tumultos al descubrir un intento de robo eran habituales y solían requerir la actuación de la Policía Metropolitana. 
"Mortsafe" en EdimburgoPara remediarlo se comenzaron a tomar medidas en los cementerios.
Muchos de ellos tenían vigilantes que se encargaban de velar toda la noche el lugar para evitar el trabajo de los ladrones. Los propios familiares de los muertos podían vigilar su tumba durante meses para evitar su profanación.

Algunos cementerios llegaron a convertirse en verdaderas fortalezas. Se idearon los “mortsafe” una especie de enrejado que se disponía encima de la tumba y que se retiraba a los seis meses cuando el cadáver ya estaba en avanzado estado de descomposición. Algunos aún se pueden ver en cementerios de Escocia o Edimburgo.
cementerio 2Sin duda entre los cementerios mejor guardados, destacaba el West Norwood Cementery, el más seguro de todo Londres, y por ende, el más caro.
Sólo unos pocos privilegiados podían costearse el ser enterrados en él, y, así mismo, descansar tranquilos toda la eternidad.
Era una auténtica fortaleza. Pero deberíamos hablar quizás de catacumba y no de cementerio, pues el verdadero lugar seguro, estaba debajo de él. Se construyó bajo su suelo una red de catacumbas, a la que sólo se podía acceder a través de varias puertas de hierro, celosamente guardadas. Era una zona abovedada con grandes pasillos.
La persona que iba a ser enterrada, se bajaba desde arriba por medio de un gato hidráulico (muy avanzado para la época) y luego se ubicaba en alguno de los loculi de las paredes.El gato o ascensor hidráulico, fue diseñado por Bramah & Robinsosn en 1839 y era totalmente silencioso.
El lugar se asemejaba a las catacumbas romanas cristianas, con una importante diferencia, la mayoría de los ataúdes, o bien estaban tras fuertes rejas infranqueables, o eran propiamente de hierro con firmes candados. Algunos eran de madera pero el interior se encontraba forrado de plomo.
Había incluso pequeñas capillas o panteones de algunas familias. En esta catacumba, se han encontrado 972 cadáveres. Pero había sitio para unos 3000.
A día de hoy algunos han sido trasladados por deseo de la familia, pero la mayoría permanecen intactos, pudiendo ser visitados.Las capillas superiores, por las que se trasladaban los cadáveres hacia el subsuelo fueron seriamente dañadas en la II Guerra Mundial. Algunos de los ladrones eran tan hábiles que llegaron a cavar túneles para alcanzar una tumba sin que los familiares se enteraran.
Pero ni siquiera de esta forma se logró contentar la demanda, así que la situación derivó a la única opción que les quedaba: el asesinato. Las bandas mafiosas y los criminales comunes empezaron a vender a sus víctimas a los anatomistas, y así de paso hacían desaparecer cualquier rastro. Una vez más, los compradores fueron cómplices de esta situación, que sospechaban muchas veces, aunque no tuvieran pruebas.
Sir Astley Cooper fue uno de los médicos que más abiertamente defendieron la disección humana.
"Si uno no ha operado en los muertos, tendrá que destrozar a los vivos", cuentan que decía.
Cooper era la clase de persona que no sólo mutilaba parientes ajenos sin ningún reparo, sino que también disfrutaba hundiendo el bisturí en las carnes de antiguos pacientes suyos. Se mantenía en contacto con los médicos de cabecera de los pacientes a los que había operado y cada vez que se enteraba por aquéllos del fallecimiento de alguno de éstos, mandaba a su cuadrilla de resurreccionistas para allá y les echaba un vistazo por dentro para ver cómo su trabajo resistía el paso del tiempo. También pagó para que desenterraran a pacientes de algunos de sus colegas de los que sabía que habían tenido dolencias extrañas o peculiaridades anatómicas. Era, en suma, un hombre cuya pasión por la biología parecía haberse convertido en una suerte de macabra excentricidad.
En Things for the Surgeon, un ensayo sobre el robo de cuerpos, Hubert Cole nos cuenta que sir Astley había llegado a pintar el nombre de algún colega en trozos de hueso que les hacía tragar a los perros del laboratorio, de modo que cuando los diseccionaban aparecía el nombre de su colega en bajorrelieve (la superficie del hueso que rodeaba las letras había sido consumida por los jugos gástricos del perro). Estas bromas no eran sino una especie de tributo humorístico dedicado a sus colegas. Cole no menciona en su libro la reacción de los homenajeados cuando recibín esta placa única con su nombre grabado, pero me atrevería a conjeturar que todos ellos hacían un esfuerzo para celebrar el chiste y levantaban la pieza con orgullo, al menos cuando aparecía Cooper. Y es que a nadie le apetecía granjearse la animadversión de sir Astley, y todavía menos llevársela a la tumba. Como decía el propio sir Astley: "Puedo conseguir a quien quiera".
Al igual que los resurreccionistas, los anatomiastas eran gente que había aprendido a cosificar los cadáveres, al menos en su fuero interno. No es sólo que vieran en la disección y el estudio de la anatomía una justificación para las exhumaciones ilegales; tampoco entendían por qué debían tratar a los muertos desenterrados como entes dignos de respeto No les molestaba en absoluto que los cuerpos llegaran a sus casas "comprimidos en cajas repletas de serrín, [...] dentro de sacos y encordados como jamones", como nos cuenta Ruth Richardson.
El trato que se dispensaba a los muertos era tan similar al que se les daba a los artículos ordinarios de consumo que, de tanto en tanto, las cajas se confundían por el camino. En su libro The Sack-'Em Up Men, James Moores Ball refiere la historia del anatomista que recibió en su laboratorio una caja en la que esperaba encontrar un cadáver y encontró, desconcertado, "un jamón de primera calidad, un gran queso de bola, un cesto con huevos y un enorme ovillo de hilo". No es difícil imaginar la sorpresa y la decepción de los asistentes a la fiesta que esperaban un jamón de primera, queso, huevos o un ovillo de hilo y encontraron en su lugar a un inglés muy bien envuelto pero un poco seco.
La falta de respeto no residía tanto en el propio acto de la disección como en la atmósfera peculiar -a medio camino entre el matadero y el teatro callejero- que se respiraba durante todo el proceso. En algunos grabados de Thomas Rowlandson y William Hogarth que representan salas de disección del siglo XVIII o principios del XIX, los intestinos de los cadáveres cuelgan de los flancos de las mesas como serpentinas de verbena, las calaveras asoman dentro de ollas de agua hirviendo y los órganos, desparramados por el suelo, son pasto de los perros. Al fondo un grupo de hombres mira la escena con un aire entre aturdido y lascivo.
Es evidente que los artistas tenían una visión crítica de la disección, pero las fuentes escritas de la época demuestran que estas ilustraciones no se apartaban tanto de la realidad. En una entrada de sus Memorias escrita en 1822, el compositor Héctor Berlioz explica con claridad meridiana su decisión de dedicarse a la música y abandonar la medicina:
"Robert[...]me llevó por primera vez a la sala de disección. [...] A la vista de aquel osario espeluznante -los miembros despedazados, la expresión desencajada de las caras, los cráneos abiertos, el charco de sangre que inundaba el suelo y el hedor que desprendía, las bandadas de gorriones disputándose un trozo de pulmón, las ratas por los rincones royendo vértebras sanguinolientas-, me invadió tal repugnancia que salté por la ventana y corrí a casa como si la mismísima muerte y su funesto cortejo me pisaran los talones."
Y me apostaría un jamón de primera y un buen ovillo de hilo a que ningún anatomista de la época pensó nunca en celebrar un funeral por los desechos de la disección. Las sobras de los cadáveres se enterraban, sí, pero no se hacía por respeto, sino porque no había alternativa. Los entierros se llevaban a cabo precipitadamente, siempre de noche y a menudo en el parterre que quedaba detrás del edificio.
Para evitar los efluvios delatores que tendían a desprender los cuerpos sepultados a ras de tierra, los anatomistas encontraron otras formas creativas de deshacerse de la carne humana. Durante algún tiempo se rumoreó que estaban confabulados con los cuidadores de los parques de animales salvajes de Londres. De otros se decía que disponían de una legión de buitres para esta tarea, aunque si hemos de creer a Berlioz, bastaba con unos cuantos gorriones. Richardson encontró una alusión a anatomistas que cocinaban la grasa y los huesos humanos para producir "una sustancia similar a la cetina", con la que entonces se hacía la cera de las velas y el jabón. En el documento no se especifica si las velas y los jabones eran para su propio uso o los regalaban a sus amigos, pero entre esto y las placas con bajorrelieves gástricos, se puede concluir que lo mejor era que tu nombre no apareciera en la lista de regalos navideños de ningún anatomista.
Cadáveres legalmente disponibles para la disección enfrentó a los anatomistas y a la sociedad civil. Por lo general, los peor parados eran los pobres. Con el tiempo, los empresarios sacaron al mercado un arsenal de servicios y productos antirrobo de cuerpos que sólo las clases altas podían permitirse. Para evitar el saqueo de los resurreccionistas, las familias dolientes podían instalar jaulas de hierro -las llamadas cajas fuertes mortuorias- alrededor del ataúd o fijarlas con cemento sobre la tumba. Las iglesias escocesas comenzaron a construir en los cementerios "casas de muertos", casetas en las que los cuerpos se guardaban bajo llave hasta que sus órganos y tejidos se descomponían lo bastante como para disuadir a los anatomistas. Se podían adquirir ataúdes con un cierre de resorte patentado, ataúdes equipados con barras de sujeción de cadáver de hierro colado, ataúdes dobles e incluso triples. Como es lógico, los propios anatomistas se contaban entre los mejores clientes de estas empresas de seguridad. Según Richardson, sir Astley Cooper no sólo optó por el triple ataúd, sin que hizo que alojaran esa especie de muñeca rusa grotesca en un descomunal sarcófago de piedra.
 Robert Knox, quien le diera el descabello a la ya denostada reputación de la anatomía con su autorización implícita del asesinato por el bien de la anatomía. En 1828 eEdimburgo por ejemplo, aparecen las figuras de los asesinos Burke y Hare, que mataron a 16 personas para vender sus cadáveres al cirujano Robert Knox, profesor de la Escuela de medicina de Edimburgo y gran científico y médico de la época. uno de los asistentes de Knox fue a abrir la puerta de su casa y encontró en el umbral a dos extraños con un cadáver a sus pies. Para los anatomistas de la época esta situación era pura rutina, y Knox les rogó a los hombres que pasaran. Aunque los dos hombres -William Burke y William Hare - le eran por completo desconocidos, les compró alegremente el cuerpo y aceptó la explicación que le dieron.
Cuando Burke y Hare se enteraron del dinero que podían ganar vendiendo cadáveres, decidieron producir unos cuantos por su cuenta. Algunas semanas más tarde, le entró la fiebre a un vagabundo alcohólico que se alojaba en el albergue de mala muerte de Hare. Convenidos de que, de todos modos, el hombre se iba de cabeza al otro barrio, Burke y Hare decidieron acelerar un poco el proceso. Hare le puso una almohada en la cabeza mientras Burke recostaba su nada despreciable peso sobre el pobre desgraciado. Knox no les hizo preguntas; es más, les animó a que se pasaran más a menudo por su casa. Y eso hicieron unas quince veces más aunque eso ya, pertenece a otra historia.
hommediaProvocaban la muerte de su víctima por asfixia, para que pareciese muerte natural, uno lo agarraba, el otro, le metía dos dedos en la nariz, y otro le sujetaba la barbilla para que no pudiese respirar. A otros les ejercían una fuerte presión en el pecho hasta ahogarlos. Esto fue llamado el método Burke o burking. Con este método, la muerte se producía rápido y lo órganos apenas se dañaban.
Un personaje famoso de la época fue, el también doctor John Hunter, de quien se decía tenía dos entradas en su casa, la principal, y una trasera por donde recibía a toda clase de maleantes que le traían cadáveres recientes, para sus experimentos, y que, según se dice, fue la inspiración real para el personaje del Dr. Jekyll y Mr. Hide de Stevenson.
burke-y-hareEl caso más célebre fue el de William Burke William Hare, dos asesinos múltiples que estrangularon, con la ayuda de sus esposas, a dieciséis huéspedes que se alojaron en la posada del segundo de ellos durante un período de diez meses y vendieron los cuerpos al famoso doctor Robert Knox, de la Universidad de Edimburgo. En la investigación, Hare incriminó a su compañero y este y su mujer fueron ahorcados, disecados y expuestos en la misma Universidad a la que habían vendido a sus víctimas. El esqueleto de Burke aún se encuentra en una vitrina del Museo Anatómico, así como un libro que, se dice, forraron con su piel. Hare recibió protección policial tras su testimonio y su pista se perdió para siempre. El doctor Knox fue absuelto de cualquier responsabilidad legal, pero la opinión pública fue muy dura con él y su prestigio desapareció. Poco a poco fue apartado de todos sus méritos y sobrevivió como un simple médico en el distrito de Hackney, en Londres, hasta el final de sus días. La propia clase médica, que había participado en actos muy semejantes a los suyos durante décadas, le repudió y olvidó su nombre, que antes había admirado tanto.
William_Burke's_skeletonLa actividad más o menos criminal de los resurreccionistas solo terminó con el Acta de Anatomía de 1832, promulgada por el Parlamento del Reino Unido, que tuvo un efecto indirecto: no prohibía las disecciones ni la apropiación de los cuerpos sin reclamar, pero exigía que todos los anatomistas contaran con un permiso específico de la Secretaría del Interior y unos informes periódicos por parte de unos inspectores del Estado. Eso hizo que muchas escuelas sin permiso cerraran, y al mismo tiempo garantizó un acceso legal de los anatomistas a los cadáveres que necesitaban, de manera que la oferta y la demanda se equilibraron, y desapareció el mercado negro. No hubo más ventas clandestinas, ni más asesinatos para proveer de cuerpos a las Universidades. Además, quedó estipulada la donación de un cuerpo a la ciencia, por parte del propio fallecido o de sus familiares, de modo que se acabaron los asaltos a cementerios en plena noche.
Hoy la figura del ladrón de cadáveres nos parece impensable, pero durante un período de unos dos siglos resultó tan habitual en las calles de las grandes ciudades como la luz borrosa de las farolas de gas, las tabernas portuarias, los niños carteristas o el tifus. Y por eso todos ellos han quedado grabados en la literatura universal, para que nunca nos olvidemos de los horrores de los que son capaces los hombres por dinero.
James_Legg_ecorcheEn el año 2006 en Londres, el hallazgo de 262 tumbas en un cementerio abandonado, en el Royal London Hospital, propició una interesante exposición donde se pudieron ver infinidad de objetos relacionados con esta oscura época victoriana en cuanto a cadáveres se refiere.
Entre los objetos destaca el ataúd de Anna Campbell, fallecida en 1819 a los 63 años, el ataúd era de hierro forjado.
También se pudieron ver libros de anatomía y disección, utensilios médicos, restos óseos.La “pieza” más curiosa es sin duda la del cuerpo crucificado de James Legg, un hombre ahorcado por asesinato, cuyo cuerpo, sirvió para un exprimento conjunto entre médicos y artistas, crucificaron el cadáver para demostrar que las representaciones de Cristo en la cruz eran o no correctas. El cuerpo se encuentra momificado, desollado y bañado en yeso. Como veis los cadáveres servían para todo tipo de experimentos,  hoy en día nos resulta muy lejano todo este mundo de nocturnidad y robos de cuerpos.
Anacronicos Recreación Historica. (2014)  La disección en cuerpos Siglo XIX Recuperado de (http://anacronicosrecreacionhistorica.blogspot.com/2014/11/la-diseccion-de-cuerpos-en-el-siglo-xix.html?m=1)
Romero,A,G. (2019). Historias asombrosas de la vida real: Los resurreccionistas, ladrones de cadáveres a sueldo de la ciencia . Recuperado de (https://gabrielromerodeavila.com/2019/04/16/historias-asombrosas-de-la-vida-real-los-resurreccionistas-ladrones-de-cadaveres-a-sueldo-de-la-ciencia/)
Sixto,Martha (2015). Robo de cuerpos en el S.XVIII- XIX. Detectives de la historia. Recuperado de (http://www.detectivesdelahistoria.es/los-resurreccionistas/).
Lioncourt,E.(2009). Los resureccionistas y los medicos. Epoca victoriana. Recuperado de (https://epocavictoriana.foroactivo.com/t30-los-resurreccionistas-y-los-medicos)


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